Del 10 de Mayo al 21 de Junio de 2013 en Lugaritz K.E. , Donostia – San Sebastián
Es en el ángulo, justo ahí, donde Iván Gómez hace confluir piezas que pertenecieron a proyectos anteriores. El encuentro, por fortuito que pudiera parecer, nunca es casual. Hagamos un poco de genealogía.
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Antes de todo, incluso antes del albor de todos los principios, éramos criaturas plenas: dos mujeres, dos hombres o ambos sexos unidos por la espalda; con dos pares de piernas, otros dos de brazos y una única cabeza con dos rostros que miraban en todas las direcciones. Éramos dos cuerpos llenos en sí mismos; sin vínculos, felices; nos asimilábamos completos en un solo ser. Eso era antes del desastre. Desde entonces existe una necesidad irracional, de alguna manera absurda, a veces histérica, de relacionarse; quizá buscando esa mitad perdida que un día un dios celoso, no pudiendo soportar la dicha que nos colmaba, nos arrebató e hizo que nos separásemos para siempre, condenándonos a vagar en la más absoluta soledad.
Bucear en estas profundidades entraña el riesgo de morir ahogado en la sima. Efectivamente, con el antiguo mito, hemos perdido al que nos acompañaba y nos completaba. Pero ganarnos como individuos, sin peso a las espaldas, no estuvo nada mal; de hecho, la individualidad (para la mayoría piedra angular de la libertad) es una cualidad que somos reacios a sacrificar por mucho que apretemos los lazos pensando que en eso radica el amor. Aún así, persiste ese deseo/necesidad de relación que hace que el individuo sea uno y algo más. No necesariamente alguien más, sino una aspiración a ampliarse; a completarse, sin perder la esencia de sí mismo. Algo así como las cerezas, que comparten el mismo núcleo, al que siguen unidas por sus brotes angulares mientras están ancladas en la rama del árbol. Sin embargo cada una tiene su tallo, cada una sigue siendo un fruto único, diferente e independiente del otro.
Desde otro ángulo, el encuentro siempre supone la creación de un nexo que se entrega con demasiada indulgencia a mil formas, casi siempre sometidas a alguna suerte de ficción; un amañado flirteo descarado o una sutil impostura. No importa. El caso es que se produzca el acercamiento deseado; aunque a veces, en el peor de los casos, éste, según se dé la fricción, se reduzca a silencio, a tensión de contrarios o a ambas cosas a la vez. En cambio, cuando el fraude amaina y las partes se compenetran, estos haces de relaciones suponen el establecimiento de fuertes elementos para el diálogo, que a muy pocos (sobretodo aquellos que se sitúan al margen de la relación) les parecen razonables las proporciones que toma para nosotros un “algo” diferente al que puedan ver los demás. Y es que estos nudos de acción, magnificados o no, pertenecen sólo a los cuerpos vinculados, de tal forma que uno amplía (no cierra) el círculo abierto por el precedente. Por tanto, uno es uno y ese algo más que enriquece; una entidad exterior que hace que nos sintamos en una atmósfera nueva donde desconocidas presiones han engrandecido las dimensiones del individuo; le han transformado, le han hecho tomar aliento fuera de sí mismo; nunca volverá a ser como antes. Será, hic et nunc, uno y algo más de otro.
Pero no todo es caminar por un sendero de goces intercambiables. Acecha un peligro en el torpe oscilar por la frágil estructura del ángulo; sólo una gota de lluvia, un rasguño imperceptible sobre el vértice puede hacer que todo se desmorone. Y volvemos: uno es uno más la confrontación de nuestro recuerdo – confidente depositario del placer vivido – con una realidad nueva. Se han aflojado los goznes pero aún no ha caído la puerta. Claro, que en estas cosas del encontrarse y reencontrarse, del fluir y confluir… del necesario ángulo… nunca ha de darse lugar para la quietud; lo conseguido es tan sólo un nuevo punto de partida para más desear.
En La Borbolla, Asturias; donde aún se oyen aullidos, abril de 2013
Etiquetas: Iván Gómez, Lugaritz K.E. Last modified: 10 mayo, 2013