La trayectoria artística de Ilse Bing está marcada en parte por las ciudades en las que vivió, el Fráncfort anterior a los años treinta, el París de esa década y el Nueva York de la posguerra, donde fundamentalmente experimentó su condición de exiliada. Sin embargo, no resulta posible adscribir su trabajo a ninguna de las corrientes fotográficas o culturales que conoció, si bien se nutre de todas ellas.

Su obra está influida por Das Neue Sehen (la Nueva Visión) de Moholy-Nagy, por la Bauhaus de la República de Weimar, y por André Kertész, así como por el surrealismo de Man Ray. Juan Vicente Aliaga, comisario de la exposición sobre la artista que puede verse actualmente en la Fundación Mapfre, explica: «la posición en la que se sitúa Bing escapa a cualquier norma estricta u ortodoxia visual. En ese sentido se puede afirmar que estamos ante una mirada y una concepción de la fotografía harto singulares en las que modernidad e innovación formal van de la mano de un talante humanista en el que anida una conciencia social».
Ilse Bing perteneció a una generación de fotógrafas que, por primera vez, conseguía cierta visibilidad en el mundo de las artes y la cultura, entre ellas Germaine Krull, Florence Henri, Laure Albin-Guillot, Madame d’Ora, Berenice Abbott, Nora Dumas y Gisèle Freund.
La muestra, compuesta por 190 fotografías además de material documental, está estructurada en torno a diez secciones que hacen un recorrido cronológico y temático por la trayectoria de la artista. Se presenta un recorrido completo por la producción fotográfica de esta autora alemana, que discurre entre 1929 y finales de la década de los años cincuenta. Un legado que, disperso entre numerosas colecciones europeas y norteamericanas, reúnen y dan a conocer por primera vez en España.
Tras su clausura en Madrid, la exposición se podrá ver en KBr Fundación MAPFRE Barcelona, de febrero a mayo de 2023.

ILSE BING. Los inicios.
Acompañada por su Leica, Ilse Bing comenzó a trabajar por encargo en distintas publicaciones durante los años de la República de Weimar. Durante este periodo abordó diferentes temáticas, como el esfuerzo de unos operarios, la simplicidad espacial de una galería, las líneas orgánicas de un tejado, el movimiento de piernas y brazos de las bailarinas o la arquitectura moderna, que conocería gracias a su amigo el arquitecto holandés Mart Stam. Su mirada buscaba ángulos inesperados, giraba hacia arriba o hacia abajo, encontrándose a veces con elementos que pasaban desapercibidos, carentes de valor y que azarosamente quedaban unidos, como en el caso de Hoja muerta y billete de tranvía en la acera, Fráncfort (1929).
La vida de las naturalezas muertas
Ilse Bing sintió desde muy temprano una gran fascinación por los objetos inanimados, bodegones, sillas, periódicos, motivos comunes en el arte de las tres primeras décadas del siglo XX. El surrealismo supuso una revolución en lo que respecta a este tipo de objetos, pues incluyó en las composiciones cierto aire mágico y de misterio indisoluble. Los objetos cotidianos de Bing, sobre todo los de su época parisina, están imbuidos de cierto aire melancólico, casi como de ensueño. En cambio, en el periodo de exilio en Estados Unidos se advierte una cierta apariencia de frialdad y emergen rasgos formales y simbólicos, como el cerramiento o acotamiento de la escena captada.
El cuerpo danzado y sus circunstancias
Mientras vivía en Alemania, Ilse Bing se había interesado ya por el movimiento de los bailarines de la escuela de Rudolf von Laban, considerado el padre fundador de la danza expresionista. A su llegada a París, recibió un encargo para fotografiar el museo de cera del Moulin Rouge. Cuando realizaba este proyecto, la autora fotografió la vida cotidiana dentro y fuera del escenario, pero sobre todo las bailarinas en pleno movimiento. Captó la vibración de la danza, los giros circulares, la apertura de piernas de las bailarinas de perfil. Gestos y poses que llamaron la atención del fotógrafo y crítico Emmanuel Sougez, que incluyó su trabajo en la revista L´Art Vivant.
Además de la serie de imágenes que tomó del bailarín Gerard Willem van Loon, hijo del escritor Hendrik Willem van Loon —destacado mecenas de las artes que, como ya se ha mencionado, introdujo la fotografía de Bing en los círculos galerísticos y en las colecciones neoyorquinas—, una de las más destacadas en torno al movimiento fue la que hizo del ballet L’Errante, del coreógrafo George Balanchine, con decorado y libreto del pintor ruso Pável Chelishchev para la compañía Les Ballets. Un espectáculo que tuvo lugar en el prestigioso Théâtre des Champs-Élysées de París en junio de 1933 y posteriormente en Londres.

Luces y sombras de la arquitectura moderna
Junto a fotografías de fachadas y edificios algo destartalados de la arquitectura parisina, Ilse Bing se centró en una de las obras más emblemáticas de la capital, construida para la Exposición Universal de 1889. La Torre Eiffel había sido capturada en 1925 por László Moholy-Nagy, que tanta influencia tuvo en Bing, pero la autora no se centró solo en la belleza de las formas y en la geometría abstracta de la construcción, también capturó los alrededores fotografiándola a distintas alturas desde el interior.
Lo mismo ocurrió con los altos edificios de Nueva York, que fotografió con una mirada distanciada a la par que crítica, pues no faltan, junto a la arquitectura vertical, edificaciones bajas y humildes, tal y como se muestra en Nueva York (1936), donde el Empire State Building contrasta con el anuncio que se ubica en una edificación cercana donde se puede leer display frames (marcos de pantalla), en un negocio familiar de la calle Fulton, al sur de Manhattan.
El bullir de la calle: los años franceses
A su llegada a París a finales de 1930, y a pesar de ser una desconocida en el mundo de la fotografía, Ilse Bing consiguió abrirse camino gracias a los encargos de distintas revistas alemanas y a la atención recibida por parte de algunos críticos, como Emmanuel Sougez.
De forma paulatina, Bing fue integrándose en los círculos artísticos de la capital y conoció la obra de Brassaï, Germaine Krull, Florence Henri, Laure Albin-Guillot, Eli Lotar, Berenice Abbott, Madame d´Ora, Dora Maar o Man Ray, entre otros. Recibió a su vez encargos de algunas de las publicaciones francesas más populares de la época, como Vu, Voilà, Marianne, Regards, L’Art Vivant, Arts et Métiers Graphiques o Urbanisme. Entre estas colaboraciones, destaca su investigación en torno a los comedores de beneficencia, en la que documentó un hecho social de relieve. Poco después, en 1932, tuvo lugar su primera exposición individual en Fráncfort y realizó una de sus fotografías más relevantes: Cartel de Greta Garbo, París.
En ese ambiente, y gracias a la invitación del ya mencionado Hendrik Willem van Loon, Bing tuvo la oportunidad de conocer los Países Bajos, recorriendo lugares como Veere y Ámsterdam, donde captó diversos momentos de la vida cotidiana.
La seducción de la moda
En noviembre de 1933, Ilse Bing comenzó a colaborar con Harper’s Bazaar gracias a su amiga Daisy Fellowes, educada en el mundo de la moda y editora de la versión francesa de la revista. Los encuadres recortados de Bing de los sombreros y los guantes hacen relucir las texturas de estos, casi como si de fetiches se tratara, en conexión con el gusto surrealista, y les otorga un toque sensual que los hacen parecer, si cabe, aún más codiciados. Por estos años, Bing también se relacionó con la diseñadora Elsa Schiaparelli, para la que trabajó fotografiando algunos de sus perfumes en 1934.

Estados Unidos en dos etapas
Estados Unidos fue otro de los destinos importantes en la carrera de Ilse Bing. La primera vez que lo visitó fue en 1936. Llegó a un Nueva York lleno de contrastes, entre las enormes dimensiones de la arquitectura y las condiciones de vida de los más desarraigados. Allí conoció a Alfred Stieglitz y expuso en la June Rhodes Gallery, pero la ciudad le resultaba fría y un poco inhóspita. Tal y como ella misma señaló: «las calles en las que camino no me integran como las de París; la arquitectura, con unas proporciones inhumanas, me hace sentir aislada, por así decirlo, viviendo en un vacío. Aquí veo las maravillas del mundo desde el interior de una cápsula espacial».
Su segunda estancia en la ciudad fue completamente distinta. Llegó en 1941 huyendo de una Francia ocupada por los nazis junto a su marido, Konrad Wolff, después de haber pasado cerca de un año por campos de concentración distintos. La sensación de apátrida, la inestabilidad económica y el sufrimiento tras los acontecimientos acaecidos hicieron mella en su obra y esto se tradujo en imágenes que reflejan aislamiento, fondos oscuros, desnudas ramas de árboles sin hojas o paisajes nevados y sin alma. En Nueva York el estilo de Bing fue considerado anticuado y las revistas ilustradas le dieron la espalda, tuvo entonces que desempeñar distintos trabajos, desde retratos por encargo hasta peluquería canina.
Ilse Bing. Revelaciones de la autoimagen
A lo largo de su trayectoria, Ilse Bing reiteró el ejercicio de ir autorretratándose, normalmente en interiores con la intención de dejar testimonio de momentos específicos de su existencia. Con estas imágenes, la primera realizada con catorce años, en 1913, la artista se iba forjando una identidad como mujer emancipada e independiente en un tiempo en el que esto no era lo natural. No solo ella, también otras artistas y fotógrafas se mostraban ante el mundo con sus instrumentos de trabajo. Una de sus imágenes más populares en este sentido es Autorretrato con Leica, de 1931, en la que, mediante dos espejos, su rostro adquiere una dimensión doble mientras observa a través del visor, dejando al descubierto su mirada penetrante e inquisitiva.
Ilse Bing. Retrato del tiempo
Además de sus propios autorretratos, en su búsqueda por comprender e indagar en la psique humana, Ilse Bing comenzó a retratar de forma muy temprana a distintos individuos, sobre todo menores, casi siempre por encargo. En estos retratos los niños suelen estar realizando alguna actividad lúdica o de estudio, y a veces están acompañados por adultos. Son retratos delicados, pero en los que se refleja el carácter y la personalidad del sujeto, aludiendo seguramente a la creencia de Bing, que pensaba que los niños eran criaturas completas al mismo nivel que los adultos, con sus propias creencias y preocupaciones.
Naturaleza en vivo
A la par que su interés por la arquitectura, Ilse Bing se sintió siempre atraída por la naturaleza, tanto por la más salvaje como por aquella diseñada y organizada por la mano del hombre, como es el caso de los jardines de Versalles. Las fotografías tomadas al aire libre expresan por norma general un aire de calma y equilibrio, con excepción de aquellas en las que se fija en lugares más agrestes y salvajes, como las montañas de Colorado.
En 1959 Bing dejó definitivamente la fotografía en favor de la poesía y el collage, tras tres décadas dedicada al medio y mucho antes de que su obra adquiriera el reconocimiento internacional que obtendría posteriormente.
Fechas: Hasta el 8 de enero de 2023
Lugar: Fundación Mapfre – Sala Recoletos, Madrid