Resulta curioso, porque puede tener varias lecturas. En la documentación –disponible en sus respectivos perfiles de Instagram– a una performance llevada a cabo por Moisés Bermúdez y Alejandro Munilla en la galería La Nave, de La Habana, como parte de la exposición Hot Line, puede verse una bañera, mucho público alrededor de ella y en dependencia del ángulo de la documentación, en primer plano a Moisés Bermúdez, con la cabeza sumergida en el agua y a Alejandro Munilla, como un Cristo, con los brazos abiertos y recitando lo que parece ser un mantra: una sola vocal, una AAAAAAA alargada. Un tanto al fondo, se reconocen las figuras de César y Lázaro Saavedra Nande, ambos vestidos de negro, los brazos cruzados, en total atención a lo que sucede. Cada cierto intervalo, Lázaro Saavedra Nande chequea su reloj y cuenta el tiempo de inmersión de Moisés Bermúdez.
Digo que resulta curioso y puede tener varias lecturas, porque en estos casos y teniendo en cuenta el panorama de jóvenes artistas en La Habana, es evidente que existe una retroalimentación. Tanto Moisés Bermúdez y Alejandro Munilla, como los hermanos Saavedra Nande, son artistas que, dentro de su corpus creativo, le apuestas con fuerza a las performances. Se apropian de las herramientas de la performance –que no son otras que el cuerpo mismo de quien se disponga a la acción– y a través de ellas, discursan de tal manera que no llegan a colisionar. Cada uno de estos dúos tiene su enfoque, su sello, su discurso a defender y consiguen, con ello, subordinarse, de cierta forma, a las carencias populares –cada vez más notables– del arte joven cubano. Cuba, desde que nací, ha sido reacia a la creación artística.
Apropiarse de la performance y discursar a través de ella, es una alternativa a la precariedad, un aire fresco para los no pocos artistas jóvenes en Cuba. Aunque puedan tener interés por otras manifestaciones, que Moisés Bermúdez y Alejandro Munilla mantengan un ciclo sistemático de presentaciones y que mantengan también la misma línea de la que hicieron en en el evento de Post-It 9, uno de los más populares de las artes visuales en Cuba: compartiendo planchas y bofetadas, y la de Hot Line, conteniendo la respiración debajo del agua, es algo a destacar. El acto de vulnerar uno mismo su cuerpo o de llevarlo a tal extremo suele, en ocasiones, causar repugnancia. En el mejor de los casos, incomodar al espectador.
Toda performance es válida mientras el espectador no se digne a querer llevar a cabo la acción, mientras perciba ciertas barreras morales o por mero instinto de supervivencia que lo hagan plantearse la máxima de «eso yo no lo hago». El hecho de que el artista performático vulnere su propio cuerpo, de cierta forma, levanta esas barreras. El público, que suele ser muy manipulable, se cohíbe al ver a los artistas abofeteándose simultáneamente o mordiéndose, quizá, los antebrazos –como se vio en la Fundación Ludwig con los hermanos Saavedra Nande–, y puede que no lo entienda, pero impacta el hecho de ver al artista expuesto de esa manera. Ganarse al público, arrastrarlo hacia la acción, hacerlo partícipe también de la atmósfera, es de suma importancia; y esto es lo que sucede con los Saavedra Nande que, a diferencia de Moisés Bermúdez y Alejandro Munilla cuyas acciones han sido más zen –aunque puede que no haya nada zen en abofetearse en público o hacer apnea en una bañera–, el histrionismo que brinda una formación teatral es lo que los caracteriza a los hermanos Saavedra Nande: sus gestos, los movimientos esperpénticos de César Saavedra Nande, los machetes durante Action #6 (Tápate los oídos), en Galería-Taller Gorría, también en La Habana.
La primera diferencia que resalta en estos dúos, es la imbricación con el público. Los Saavedra Nande son conscientes de esto y lo aprovechan, lo usan a su favor. No temen hacerlos partícipe, los mojan, los salpican, los hacen víctimas colaterales de sus acciones. Un espectador que los vio durante su Action #4: Untitled (Conversación sobre Historia del Arte), en el Taller Chullima, en La Habana, y presenció cómo ellos se lanzaban hacia el público, cómo arrastraban personas, cómo la música les creaba la atmósfera y creaba tensión en el espacio, sabrá a qué atenerse en las siguientes a las que asistan. Un ejemplo de esta imbricación con el público: la Action #8: 1tn de fango, que presentaron en El Ciervo Encantado, cerró por capacidad y hubo personas que nos quedamos sin poder entrar.
La reacción del espectador es también fundamental. En la masividad, uno como parte del público usualmente rechaza que lo hagan centro de atención, y el factor de que te apunten con una pistolita de agua, después de un dominio excelente de los silencios, de los desplazamientos y de la tensión, es lo que genera la retroalimentación que tiene que existir, obligatoriamente, entre el público y el artista performático de hoy día. La atención y el interés son demasiado efímeros y es por ello, quizá, que muchas performances y/o artistas puedan pasar desapercibidos.
La pregunta inminente que se le hace a un artista performático es: ¿hasta qué punto está dispuesto a llevar su cuerpo?, ¿cuánto está dispuesto a sangrar, explotar, a vulnerar su organismo?, ¿es necesario llegar a esos extremos?, ¿dónde está el límite?, ¿existe ese límite?
Un ejemplo que le daría respuesta a estas interrogantes, es el de la acción llevada a cabo por Rosa Cabrera y Jany Batista, otras dos artistas jóvenes, en las recientes Romerías de Mayo, donde no solo se salieron del escenario común –una galería– para discursar a través de un espacio público utilizando a las propias personas como parte de la pieza, sino que con Expiación –como se titula–, pusieron en tela de juicio esa dualidad entre artista/espectador donde casi siempre los segundos se supeditan al discurso de los primeros. La misma Rosa Cabrera, que ha mantenido un ciclo continuado de performances, no se ha visto necesitada de vulnerar su cuerpo al extremo de Moisés Bermúdez y Alejandro Munilla, sino que, desde otra perspectiva, en ella el desgaste es más mental. Sus acciones Sima y Cuerpo Blando evidencian ese desgaste al que se expone. Con Sima, presentado en la muestra Disonancias (2022), en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV), en La Habana, durante unos quince minutos, tiene que sostener con sus brazos extendidos unos emplastos de barro y tierra húmeda hasta que, poco a poco, el cansancio la va venciendo.
Si algo avala el quehacer de los acá mencionados, más allá de su propio empeño y seriedad a la hora de abordar la performance, es el reconocimiento internacional que algunos de ellos se han granjeado por mérito propio. En el caso de los hermanos César y Lázaro Saavedra Nande, durante el mes de octubre de 2023, fueron invitados al primer festival de performance en Panamá; y por otra parte, Rosa Cabrera, no solo tuvo un cierre de año con su participación en la V Bienal del Sur, de Venezuela, sino que también formó parte del colectivo de artistas cubanos que participó del Art Exchange Festival, en España. Lo meritorio de estos artistas que apuestan por la performance y le entregan el cuerpo a todo es que, teniendo en cuenta las condiciones socioeconómicas y políticas de la Cuba actual, donde la emigración ha devenido en salvación de muchos y se resiente la escasez en los distintos sectores del país, crear teniendo la situación en contra, apostar por el cuerpo y disentir de cuanto conspire con el discurso, la resiliencia y el zeitgeist que nos golpea, es un acto valiente. Al auge de las carencias, al artista siempre le quedará su propio cuerpo.
Etiquetas: Alejandro Munilla, César Saavedra Nande, Jany Batista, Lázaro Saavedra Nande, Moisés Bermúdez, Rosa Cabrera Last modified: 21 enero, 2024