El artista Abel Azcona presenta su mayor retrospectiva en el Centre d’Art la Panera. La muestra reúne una selección de su mejores trabajos realizados desde el año 1988 al 2024. Una de las exposiciones más grandes, personales e íntimas del artista.
«Cuando visualizamos la imagen de un árbol genealógico, tendemos a dibujarlo mentalmente como un macizo sólido y frondoso que se despliega hasta donde alcanza nuestra información. «Abel Azcona. Mis familias 1988-2024» nos permite, por primera vez, obtener una imagen global del árbol genealógico de una de las trayectorias artísticas fundadas en la violencia biográfica más relevantes del arte contemporáneo. La muestra reúne aquellos trabajos que rastrean una historia de crueldad sistémica desde momentos incluso anteriores al nacimiento, pero, sobre todo, destaca al confrontar, por primera vez, aquellas acciones en torno a la empatía materna con los trabajos recientes sobre la negligencia de los padres. «Mis familias» se configura, así, como uno de los árboles genealógicos más duros vistos hasta la fecha en un espacio expositivo. El árbol se sostiene sobre unas raíces salpicadas de pesticidas, se quiebra, se retuerce, acoge para romperse, se imagina ramas inexistentes, se pinta hojas con rotuladores de colores oscuros y se incorpora andamiajes para poder sostenerse.
La idea de familia se presenta en plural por motivos personales y, por supuesto, políticos. En tiempo de triunfos de la ultraderecha, urge visibilizar que allí donde más se defiende una idea concreta y rígida de familia y de derecho a la vida, más se esconde la cruel intolerancia y la falta de responsabilidad. Todos los trabajos presentados en La Panera incorporan interrogantes a la idea de familia configurada desde los poderes conservadores, patriarcales y religiosos. Desde el cuerpo de Abel Azcona, la noción de familia revienta en mil pedazos, y genera una cartografía de presiones indolentes para la no interrupción del embarazo; de abandonos; de padres no biológicos que secuestran a sus hijos; de familias adoptivas, imaginarias y escogidas. La idea de familia, como cualquier otra idea, resulta aquí inestable y parcial.
La acumulación de propuestas realizadas desde hace casi dos décadas nos ha permitido identificar un conjunto de gestos o de acciones insistentes, que configuran la «somateca Abel Azcona», esto es, un archivo dérmico de golpes, de abusos, de caídas y abatimientos. Pensando en la idea de museo del gesto planteada por autores como Boris Charmatz o Sabel Gavaldon, la exposición confirma que el cuerpo de Abel Azcona es un museo portátil de memoria muscular violentada. En los recorridos planteados para La Panera, hemos identificado cuatro rutinas corporales claras, emparentadas no solo con rutinas personales, sino también sistémicas.
I. Esperar para recibir el golpe. El primer tramo de la muestra recoge aquellas obras que rastrean las violencias fundacionales en la trayectoria vital del artista. Todas y cada una de las piezas son testimonio del arrojo y de la violencia a la que se someten algunos cuerpos, incluso desde antes de su nacimiento. En un vientre materno atravesado por la droga en plena crisis de la heroína (Doscientos sesenta y ocho, 2017), en manos de un hombre que difícilmente quiso asumir las funciones cariñosas de un padre (Expediente 09872, 2015), o incluso en el aparentemente misericordioso seno de una familia católica de acogida (Jesús y María, 2011; Los libros de familia o las fotografías que mi madre adoptiva arrojó a la basura, 1992-2023), el cuerpo de Abel espera para recibir el golpe. La presencia de imágenes pertenecientes a la serie La casa (2015) y a La Sombra (2015-2018) transforma la biografía violentada de Azcona en un diagnóstico de malestares de mayor calibre. Ahora son otras criaturas las que dibujan sus árboles genealógicos ennegrecidos.
II. Soltar la mano. Uno de los recorridos laterales se centra en aquellos trabajos recientes en los que el artista investiga las negligencias paternas. De nuevo, los resultados se balancean entre lo macro y lo micro. En Los padres (2016), se enfoca desde el ámbito artístico, por fin, al cliente del trabajo sexual, esto es, cerca del 40 % de los hombres españoles que se alzan como ejemplares padres de familia mientras disfrutan de un negocio salpicado de violencias machistas que ellos mismos han construido, que ellos mismos sostienen, que ellos mismos mantienen en los márgenes de la legalidad —de la que también son responsables—, y del que ellos mismos reniegan. Abel Azcona fue criado por uno de estos padres. Y también secuestrado. A modo de topología del abandono, Volver al padre (2022) funciona como una siniestra road movie que reactualiza el viaje que realizaron Abel y su «padre» cuando este, ante el temor de perder la custodia del niño de cuatro años en Iruña, decidió secuestrarlo y llevarlo, junto a su pareja, al pueblo natal de Villar de Rena. El recorrido finaliza con el registro de un último encuentro performativo y un gesto final: soltar la mano. Soltar la mano es decir adiós a los padres hasta que sean capaces de responsabilizarse.
III. Esperar a ser usado. Confrontando las violencias y las negligencias patriarcales, se compilan un conjunto de trabajos en los que el artista ha intentado establecer marcos de empatía en torno a aquellas trabajadoras sexuales que tanto la historia del arte como la social han configurado como fetiche y objeto de uso al servicio del hombre y de su mirada masculina, como cuerpo ridículo y grotesco o directamente como monstruo abyecto. Abel espera a ser usado y es usado en acciones como Empatía y prostitución (2013) o La última hora (2015). Encarnadas las identificaciones empáticas, la muestra reagrupa aquellas piezas (Las madres imaginarias, La madre blanda y La savia, 2022-2023) en las que la imaginación permite vislumbrar, crear, fabricar e incluso reclamar avatares maternos capaces de darnos calor, de acompañarnos en el vómito y de sostener nuestro cuerpo al borde del colapso.
IV. Ser sostenido. «Mis familias» incorpora y amplía una narrativa presente en el trabajo de Azcona, poco enfatizada hasta el momento: una trayectoria artística fundada en la violencia implica irremediablemente una reflexión profunda sobre la vulnerabilidad y las redes de sustento. La exposición de La Panera incorpora por primera vez una serie de piezas (Los cuidados, 2023; Las madres elegidas, 2023-2024) que lo inscriben en aquella genealogía de artistas capaces de encarnar, desde todo un amplio abanico de gestos del sostener, de la predisposición, del apoyo y de la reclinación, aquella noción performativa de la comunidad en tanto que carga compartida, ya sea simbólica o física. Por primera vez, y de manera contundente, no solo podemos identificar quién ha violentado el cuerpo o los cuerpos como el de Azcona, sino también quién ha escogido sostenerlos.
Este último tramo, instalado en metáforas del nacimiento, nos remite irremediablemente, y a modo de loop, al inicio de la muestra, transformando la trayectoria de Azcona en torno a las familias en una reflexión global sobre la condición relacional y frágil del sujeto y el derecho a la reparación y a la protección de los más vulnerables. A pesar de que todas las personas nacemos necesitadas de relaciones sociales sostenedoras, existe una jerarquía sistémica, de raíz patriarcal, en la que no solo algunos sujetos se niegan a saberse dependientes, sino que además se producen violencias sistemáticas que configuran una estructura desigual de fragilidades; algunos cuerpos están más expuestos a la violencia, mientras que otros pueden ejercer de manera rutinaria e impune la crueldad; algunos cuerpos tienen el privilegio de no ser violentados y de contar con redes afectivas e institucionales para la protección y sustento de sus vidas, mientras que otros sufren de manera contundente una desatención y desafección sistémicas. Algunos cuerpos pueden sobrevivir gracias a la posibilidad de imaginar y de escoger a los familiares que abrazarán nuestro cuerpo a punto de caer.» Víctor Ramírez Tur.
Artista: Abel Azcona
Fechas: Del 28 de octubre al 28 de enero 2024
Lugar: Centre d’Art la Panera, Lleida