En medio de las celebraciones que se suceden cada año en estas fechas y bajo las exigencias del gran teatro de la cordialidad que resulta de ellas, rescato un instante de sosiego para pensar sobre el trabajo de la artista cubana, residente en Madrid, Adriana Arronte. Los que la conocen saben de su entrega, casi ceremonial, a todo lo que hace. Adriana es una mujer artista atrapada entre la generosidad, la lealtad y la pasión denodada. Su relación con el objeto arte está sujeta a los rituales de una minuciosa manualidad y a la entrega de prefiguraciones conceptuales en extremo coherentes y rigurosas. Podría afirmar que ella es una suerte de Alicia en el País de las Maravillas que no abandona nunca esa hermosa capacidad de asombro y de admiración hacia los objetos reales e imaginarios. De ahí, en parte, que la “doble interpretación” sea (o devenga) una de las
demandas más sustanciales de su gramática artística. Las cosas no son solo lo que parecen; son también, y con mucho, el resumen de una experiencia y de un intercambio. A ratos la verdad no yace en las profundidades como se piensa sino en la más radical de las superficies.
Su propuesta supone, desde todo punto de vista, un ejercicio de valorización. La artista despliega una narrativa que parte siempre de la observación meticulosa y premeditada de los objetos cotidianos y de situaciones ordinarias devenidas en rituales de actuación.
La obra de Adriana, bien lo saben quienes la siguen, pone en práctica una suerte de metodología de la disección. Y no lo hace con el fin de descomponer cada objeto en la suma arbitraria de sus partes; sino para reevaluar y resignificar su naturaleza, comprometiendo así un nuevo escenario de sentido. Su maniobra estética presta atención a las morfologías existentes con el ánimo de favorecer la emergencia de nuevas lecturas y criterios de valor respecto de esos mismos objetos. Basta con una observación pausada de su obra y con una revisión concienzuda de su dossier para advertir su alcance argumental. No creo equivocarme al señalar que su obra desatiende la regencia de las consignas y de las refutaciones estériles para aterrizar en una práctica de auscultación sobre las escrituras del poder en los ámbitos de lo civil, lo político, lo religioso y lo económico; pero no desde una perspectiva frontal y aguerrida, sino desde la ambigüedad y el repliegue. La sutileza, parece decirnos, resulta más virulenta que la pataleta o el agravio. Frente a la insolencia de cierta perspectiva falsamente política y reactiva, Adriana viene a ser una especie de “editora objetual”, de antropóloga conveniente y oportuna que ocupa los espacios del arte para autorizar otras maneras del habla. Esta artista revela una fe ciega en el arte como lenguaje y en sus posibilidades subversivas a la hora de revisar los convenios y las convenciones. Adriana, ahí donde la ven, es una artista tremendamente disidente y oportuna. Pero su obra no se organiza sobre el escándalo o la exageración del argumento, sino sobre la eficacia de la re-escritura.
Es a propósito de esta idea que reunimos aquí un grupo de miradas críticas que abordan momentos o proyectos concretos dentro de su narrativa más reciente. Estos textos ayudarán a la organización de algunas ideas fundamentales sobre su trabajo y al posible entendimiento (e interpretación) de su vocabulario. Entre todos se teje un campo axiológico y un devenir exegético que da cuenta de las relaciones de poder y de fuerzan que se discuten en el contexto de su disección poética y de su interpelación crítica. Las obras de esta artista cubana son, en primera y última instancia, un reflejo de cómo concebimos nuestro diálogo con el mundo.
I
Sobre la gracia
A Adriana Arronte le seduce cuestionar la capacidad de auto-representación que ostentan las sociedades contemporáneas. Estado de gracia, ensayo en toda regla, llega en un momento crucial de nuestra cultura para demostrar que la gloria no es un absoluto, sino un relativo. De esta manera traduce un gran sentir colectivo, que marca hoy algunas líneas fundamentales del pensamiento y la creación en Cuba: el derecho de la ciudadanía a tener el poder sobre sus propios símbolos.
Existen diversas aproximaciones a dicho concepto, aún así la artista ha seleccionado la idea de la asunción como imagen. En el tratamiento otorgado destacan altas dosis de cinismo, virtuosa recreación de una sociedad en la que el acto de ascender involucra siempre graves pecados personales. Por eso el ritmo predominante en el curso de la narración es el descenso, contrario de sentido que involucra en el discurso una sutil postura enjuiciadora.
“Dado que la soberanía de las mentes siempre resulta falsa, la nueva crítica se apresta a descender desde la cabeza por todo el cuerpo”.
La voluntad de análisis que mueve a la artista queda resuelta en un paisaje, nutrido por insospechadas naturalezas muertas. Los objetos ostentan cierta cualidad textual sin quedar desprovistos de la poesía subyacente a su origen.
La sensibilidad que despierta en ellos encuentra homología en el artificio, el sacrilegio, la manipulación, el fetichismo; en lo inorgánico y lo decadente. Así imagina lo que Occidente, en tanto lugar del conocimiento, es; y alude al sentido ulterior de lo bello para inspeccionar el edificio de nuestros valores universales.
Prima el esfuerzo manual, minucioso en extremo, en la identidad de cada obra. Adriana se distingue por abordar el acto creativo a través de oficios, procedimientos y tradiciones ligeramente desencajadas de lo artístico, tales como la orfebrería, la costura y la alfarería. El registro material al que apela supone por si solo la desmitificación de lo que Estado de gracia en sus múltiples acepciones significa. Predomina a lo largo de la exhibición una idea falseada de suntuosidad y plenitud, acorde a una postura esencialmente cínica. La gaza, los falsos dorados, la naturaleza envilecida por la resina y la arcilla, el esplendor profanado del laurel; todo cuanto acontece desborda muerte y artificialidad, haciéndonos sentir al asecho de lo séptico. Óptica que gira en torno a la metafísica y cuestiona el portento aún insuperable del Mundo de las Ideas de Platón.
Pero como ningún esfuerzo artístico es totalmente autónomo, las extraordinarias circunstancias que atraviesa nuestra sociedad son aludidas como apostillas a lo que democracia significa. Estado de gracia profundiza además en el sentido que tiene o debe tener el pensamiento crítico para la vida contemporánea, afirmando que sólo como fenómeno estético está justificada la existencia del mundo.
Luis Sicre
II
Morfologías del poder
La noción de poder que cada individuo asume dentro de su experiencia cotidiana es tan variable y subjetiva como el propio concepto. Asociarlo a las formas de represión, ha sido el criterio más sostenido, no sólo por el discurso contemporáneo, sino por antiguas posturas desprendidas de la psicología y el pensamiento filosófico. Sin embargo, el poder debe ser visto –esencialmente– como relación de fuerzas. Ahí, donde su dinámica interna devela ciertas complejidades y enfrentamientos, muchos hallan la forma de entender y hacer valer esa dialéctica.
La obra de Adriana Arronte, en este sentido, explora, sus morfologías y respectiva materialización en el espacio. Se ha movido en un eje de intereses artísticos que conecta las variables del concepto con su expresión formal. Sus piezas se trasladan por esa línea ilusoria, trazada según la voluntad de la artista. Incluso la percepción de los receptores puede desplazar el sentido de las obras a uno u otro ángulo.
Por otro lado, sus inquietudes sobre el tema han ido anclando poco a poco, centradas en la enunciación de criterios que evalúan a niveles micro y macro sociales; al punto de hacerse de un modo de trabajo propio, de una fórmula para intentar adentrarse en la genealogía de las cosas, tal y como Michel Foucault comprende las relaciones de poder que se dan a niveles «microfísicos». En ese sentido, toda idea acerca del origen de esas relaciones, así como su manifestación en el espacio, son ensamblamientos provisorios, estructuras inestables a nivel celular. Cómplice de este principio, Adriana Arronte ha trasladado su visión al campo de expresión simbólica, demostrando que la idea del poder es un constructo humano que cambia continuamente de un estado a otro.
La relación de Adriana Arronte con los objetos es de una especial complicidad. La selección deja de ser un acto aislado y frío para convertirse en una reapropiación de su entorno familiar. Utensilios domésticos son ligeramente modificados para acentuar –o en ocasiones develar– aquellos significados menos evidentes. En primera instancia, la forma pasa a ser intérprete del relato. Algunos de estos objetos entre los que se encuentran platos (Historia II 2014), copas (Brindis 2006) y tazas (Desayuno 2008) han sido pintados, derretidos, perforados, hasta adquirir una fisonomía otra; ya sea para indagar en la actitud del espectador condicionado por la forma, para establecer pequeños vínculos afectivos a través de su uso, o sencillamente para citarse a sí mismo, como recurso de permanencia histórica. En última instancia, la función contenedora –la más evidente– permanece casi inalterable, y es esa la que aporta quizás mayor sentido a las piezas. Al tomar como punto de partida las memorias individuales contenidas en los objetos, al cambiar sutilmente su morfología, la artista crea su “propio argumento”. La obra pasa de ser una estricta asimilación de formas a un replanteamiento sobre cómo construimos “nuestra historia”, poniendo en crisis las relaciones impositivas que subyacen bajo esa estructura.
Pero qué sucede cuando el objeto es símbolo de poder por antonomasia, cuando en su esencia original ha sido una herramienta para la supervivencia, asociada al desafío, al dolor o la muerte; aunque en su evolución termine siendo también un útil de cocina. En este caso, Adriana Arronte interviene violentamente su ergonomía para alterar sus funciones prácticas y simbólicas. En Duelo 2014, por ejemplo, toma diferentes cuchillos y compromete sus formas en la sugerencia de comportamientos humanos, actitudes y preceptos como: la salud, la riqueza, la familia, la religión, la naturaleza, la resignación, la automutilación, la venganza, etc. El valor individual de las piezas reside en tratar de perpetuar el Yo, una esencia tan compleja e inaprensible. Lo que somos y hacemos cada día, esa sencilla existencia, es justamente lo más difícil de representar.
En ocasiones, sus obras dejan de ser una apropiación para convertirse en un auténtico proceso de elaboración. De esta manera, construye objetos reales, jugando con la naturaleza física de estos. En Coronas 2014, elabora un conjunto de 30 coronas diferentes cuya forma semeja la salpicadura de una gota, adquiriendo la fisionomía de este símbolo del poder político y religioso. Sin embargo, no reduce a este aspecto su discurso, su intención es formalizar un concepto en esencia maleable, proyectarlo a nivel global; y es que Adriana Arronte tiene la facilidad de otorgarle a sus piezas un halo poético. Sabe cómo despojarlas de cualquier referencia directa, para abordarlas de manera universal. Así lo hizo al captar ese momento del proceso natural en el que las sustancias cambian de estado –en este caso del líquido al sólido– acertando en la forma de una corona.
Hay una zona importante en la obra de Arronte por la que muchas veces pasamos inocuamente. Es exactamente aquella donde la serialidad del elemento representado conforma una imagen de considerable atractivo estético. En su interior, se mezclan inquietudes y planteamientos sobre fenómenos contemporáneos, vistos en pequeña escala. La unidad de repetición puede ser el texto, como en la serie Gramática 2009, o la imagen en Temporada de caza 2010 o Nevada 2005. En el primer caso, utiliza distintas publicaciones, seccionadas y reagrupadas en un collage de textos. Con ello, simula la propia manera en que se construye el discurso, a través de estructuras sintácticas, imágenes, definiciones. Por otro lado, el resultado visual conserva una intención decorativa donde imperan, casi siempre, los motivos orgánicos y geométricos.
En Temporada de caza la artista se inclina sobre el fenómeno de las marcas en la moda, y su expresión en el mundo contemporáneo. Patrones estéticos definen actualmente la visualidad de la sociedad y, en ese sentido, la erigen y perpetúan. En una época donde el diseño gráfico se ha convertido en la base de las relaciones comunicativas, la obra de Adriana Arronte retoma sus funciones para crear serigrafías –a modo de abstracciones visuales– que definen y a la vez indeterminan la percepción. Tal ambigüedad en la forma plástica pervive como metáfora del consumo.
El empleo del motivo seriado se convierte en una constante práctica y válida en su trabajo. Un recurso al uso desde tiempos inmemorables que se ha visto y estudiado como herramienta para obtener –en última instancia– un producto único. Lo serial en función de una obra mayor, justificado en la idea de que «toda individualidad e irrepetibilidad de las obras de arte surge como resultado de la combinación de un número relativamente pequeño de elementos completamente standarizados» . Cuando la artista habla desde lo plural, para enfatizar la singularidad del elemento, lo hace con tanta sutileza que apenas percibimos la transgresión. En Nevada 2005 interviene hojas de plantas secas a partir de calados casi perfectos. Toma como punto de partida las transformaciones que sufren estas, ya sea por la acción ambiental o animal, para actuar sobre ellas y acentuar –manualmente– esos efectos naturales. Su incidencia es mínima y evidente a la vez, ya que, sobre formas orgánicas originales, exagera, transforma y determina nuevos resultados estéticos. Vuelve sobre la idea de lo decorativo, pero sutilmente orientado hacia la dualidad entre lo natural y el artificio.
Resulta común, fundamentalmente en las generaciones más jóvenes de artistas cubanos, cierta necesidad por regresar al oficio para expresar conceptos contemporáneos. Entre los motivos que saltan a la vista pudieran estar la añoranza por la tradición, la saturación de un arte conceptual que a pocos conmueve, el notable protagonismo del diseño o las necesidades de un mercado determinado. Sea cual fuese esa razón, los resultados han sido, en muchos casos, exquisitas demostraciones de habilidad técnica, en función de contenidos varios. En los trabajos de Adriana Arronte hallamos una fuerte dosis de manualidad y evidente preocupación por el acabado. La artista se inspira en técnicas preteridas para plantear renovados discursos. En su serie Derrame 2012-2015 establece una analogía entre las placas de hemogramas y la tradición artesanal del vitral, inspirada no sólo en la apariencia física sino en la función contenedora de ambos elementos. Acude a las planchas de cristal a fin de conformar estructuras aleatorias a partir de dibujos, donde emplea esmalte vitral que semeja el color sangre. Arronte penetra entonces en uno de sus terrenos más recorridos: extraer nuevos sentidos indagando en las relaciones de dependencia y manipulación que imprimen los mecanismos de la comunicación y la publicidad. En estos cristales amontona información textual e imágenes de publicaciones, nacionales y extranjeras, de diferentes niveles de relevancia, superpuestas y coincidiendo, en una suerte de análisis químico. Con ello, procura que la no correspondencia entre la información genere significados adicionales, a partir de la propia percepción fragmentaria con que nos enfrentamos a ella. Este tipo de obra, donde el texto interviene, no en calidad de recipiente pasivo con un sentido dado a priori, sino como creador de conocimientos, a partir de otros textos, responde a una «función formadora de sentido». Este hecho se reporta a un nivel micro, en las complejas correlaciones dialógicas dadas al interior del propio discurso; con lo cual la artista delata la dinámica esquizofrénica en que actualmente se expresan los recursos de la publicidad, y los medios de información en general.
En otra línea, aún muy vinculada a la idea del consumo visual, se despliega la serie Efectos secundarios 2009. Las fotografías, en este caso, conforman imágenes figuradas o abstractas, elaboradas con pastillas y caramelos a escala natural. En estas piezas el collage se construye a partir de elementos de consumo diario, creando imágenes semejantes a las que conciben las propias estrategias publicitarias. En ese sentido, José Luis Brea en el texto Producir para ser producido: Políticas del acontecimiento, plantea, refiriéndose al objeto de la alienación actual, que este ya ha superado la antigua concepción focalizada en «el tiempo y las relaciones de trabajo para centrarse en el tiempo y las relaciones de la comunicación y del consumo de la información». Arronte no escapa a ese cuestionamiento, por ello acude a soluciones prácticas que expongan el fenómeno. Las pastillas se vuelven símbolos de esa enajenación, debido a que, si bien su fin es dar solución a un problema, en ocasiones, suscitan inquietantes efectos psicomotores secundarios.
Resulta que el poder se despliega en todas direcciones, y bajo diferentes fórmulas. Entre sus funciones está imponer, censurar, condicionar, incluir y excluir, manifestándose de una manera más o menos evidente. Es precisamente esa ambigüedad la que saca a relucir el medio artístico, que lo aprovecha tanto en su expresión negativa como en los efectos positivos que proporciona dicha fuerza. Por tal motivo las obras de Adriana Arronte ejercen sobre el espectador una peculiar atracción, ya que no se ciñen estrictamente al concepto, más bien coquetean con su estructura interna, con la fragilidad de sus enunciados, tratando de formalizarlo y producir con ello nuevos saberes.
Loliet Marrero
III
Evolución de la materia
(o ¿por qué huye el Conejo Blanco?)
No existe cura infalible para la curiosidad. Ha sido bendecido el ser humano con el don de la duda, de indagar en incógnitas ancestrales cuya primigenia verdad subyace en recovecos de la memoria histórica. Delicados procesos han colocado al Hombre en un privilegiado sitio donde la realidad está sujeta al cambio: la materia –sustancia primordial de todas las Cosas- es y será esencialmente efímera. El propio Hombre ha entrado en un trance evolutivo que tarda ya varios millones de años. Dicha particularidad propone una interesante búsqueda de respuestas ante tanta metamorfosis invasiva que todo lo penetra, lo transforma, lo fortalece.
El decursar del tiempo altera no solo al atolondrado Conejo Blanco; él conoce o sospecha de la transitoriedad impugnada a los simples mortales. Y pasa de largo, nos agita en su desesperada carrera a destiempo, se nos escurre por la madriguera y no deja pistas. Un camino contrario a la precipitación contemplativa recorre la obra de Adriana Arronte (La Habana, 1980). Esta artista sabia construye microcosmos a partir de la hibridación coherente de morfologías, donde se mezclan cotidianidad y universalidad en la más sublime lírica formal: cambian, emergen, evolucionan. Captar el instante del tránsito a universos o estados desconocidos donde nada es estático, es un rasgo rector de la muestra personal de Arronte en la Galería Villa Manuela.
Cambio de Estado (enero-febrero de 2015) aúna varias piezas instalativas que se apropian del espacio galerístico sin asfixiarlo. La museografía propone un diálogo coherente entre el espectador y las obras, facilitando el proceso de recepción del mensaje artístico. Así pues, se nos revela Coronas, recordándonos del poderío monárquico -tal vez- y la sangrienta huella que tras sí suelen dejar los autoritarismos. No obstante, contrasta dicha violenta alusión con las delicadas disposiciones del líquido vital al golpear otra superficie, camuflándose entonces en imposibles tejidos donde se sospecha el imaginario iconográfico de Adriana Arronte: corazones, estrellas, ramas, espinas.
Por su parte, Deciduo deviene un ejercicio magistral que resume simbólicamente el paso a un estado otro, el momento exacto del cambio a partir de hojas secas finamente caladas cual encajes, en promesa del otoño recién estrenado.
Se trata de ver la realidad circundante con ojos más inquisidores y -¿por qué no?- fantasiosos. La calidad de los materiales seleccionados devela una profunda investigación de la artista, en tanto emisor de sentidos y sensibilidades. Ha empleado resinas, alpaca, porcelana con el objetivo de explorar las cualidades textuales del material/materia. Obras como Historia o Duelo revierten concepciones a priori del íntimo mundo hogareño a partir de vajilla y utensilios intervenidos. La artista los ha dotado con una nueva significación, los ha transformado en otros entes dignificados por su indagadora subjetividad.
Vale destacar la pieza que da nombre a la muestra Cambio de estado. Un enjambre de níveos insectos invade un oscuro rincón adueñándose del muro. El contraste cromático blanco-negro -además de atractivo visualmente- expresa en sí mismo conceptos básicos: bueno-malo, vida-muerte, cielo-infierno, luz-oscuridad, como alternativa a la lucha de fuerzas opuestas en la naturaleza; por otra parte, es un caso icónico de la transitoriedad y evolución del insecto y sus cambiantes ciclos vitales: huevo-larva-pupa-imago, en inexorable mutación.
Adriana Arronte se interesa en congelar instantes -que pudieran parecer fugaces- fraguándolos en la pasión contenida de lo efímero. Pareciera que dijese con una enigmática sonrisa y a media voz: -¨No hay prisas, Conejo Blanco, la vida sigue su curso detengas o no tu acelerada marcha¨…
Yudith Vargas Riverón
IV
Poesía de los sistemas
Suelo asociar la obra de Adriana Arronte con una exquisitez sedimentada en la inteligente manipulación de objetos y materiales mayormente extra-artísticos. Sus ensamblajes, esculturas e instalaciones acusan una lírica fragilidad en contraste con el sólido basamento conceptual que las sustenta. La artista parte de los sistemas (sociales, políticos, corporales, filosóficos, artísticos) para articular un peculiar cosmos iconográfico que se debate entre lo bi y lo tridimensional, con una notable economía de recursos técnicos y un altísimo vuelo poético. Las pinturas y dibujos, ejecutados en acrílico plateado y esmalte rojo sobre lienzo o cartulina, evidencian la destreza que Arronte es capaz de desplegar en la praxis de manifestaciones más tradicionales dentro de las artes plásticas. Formando dípticos, trípticos y polípticos, dichas piezas nos adentran en un universo simbólico de marcado figurativismo, a ratos abstracto o surrealista, particularmente relacionado con la medicina, la vida y la muerte, la fugaz presencia de un pájaro y el incontenible flujo de la sangre.
Sobre gran parte de los dibujos, Adriana ejecutó pequeños grabados, realizados con medallas votivas o conmemorativas a modo de matrices, remedando las firmas estampadas mediante sellos con que los artistas, editores, impresores y censores del ukiyo-e identifican sus obras o aquellas en cuya producción estuvieron involucrados. Los mini-grabados de Arronte son tratados como elementos de peso dentro de los dibujos, llegando, incluso, a erigirse como verdaderos protagonistas, en fructífero y peculiar contraste con la monocromía de los fondos.
Sin embargo, es en el terreno de la escultura y la instalación donde La ilusión de los sistemas alcanza su punto más álgido. El objet trouvé u objeto encontrado cuenta entre las estrategias técnicas preferidas por la creadora, tal y como evidencian gran parte de las obras presentes en muestras tan significativas como Cambio de estado y Estado de gracia, acogidas por Villa Manuela en 2015 y 2019, respectivamente. Ahora, la artista nos sorprende con cuatro instalaciones de sencilla ejecución, pero notables en su dimensión eidética, las cuales, desde mi perspectiva, conforman el núcleo duro de la muestra.
En primer lugar encontramos la escultura Rectificación (2010), de la serie Discurso: una esfera confeccionada con prótesis dentales, acrílico de uso estomatológico y alambres empleados en los tratamientos de ortodoncia. Las connotaciones políticas e ideológicas de esta pieza saltan a la vista, allí donde Adriana propone, simbólicamente, una rectificación o corrección artificial del discurso somatizado por la praxis cotidiana del pensamiento acrítico. Algo similar sucede con Seguridad nacional, obra que devela un peculiar juego de intereses, tensiones y contenciones en los vínculos sociopolíticos establecidos entre individuos y Nación. De hecho, estos lazos, roces y negociaciones entre cuerpos físicos individuales, sus zonas intelectivas y el cuerpo social del país conforman la línea temática principal tanto de la muestra como de las piezas que la integran.
Luego, es La ideología como síntoma (2010) la propuesta más interesante y contundente de la exposición. Es inevitable que esta potente instalación me remita a una obra ya antológica dentro del arte cubano: el jocoso Detector de ideologías (1989), de Lázaro Saavedra, pieza atesorada en la Colección de Arte Contemporáneo del Museo Nacional de Bellas Artes. Solo que, si el Detector… procuraba identificar y medir la filiación político-ideológica de los individuos sometidos a examen, La ideología… nos ofrece una aguda imagen de los sistemas de pensamiento vistos como brisas frescas encargadas de oxigenar estructuras políticas e ideológicas, garantizar su supervivencia o extender sus agonías. Oxigenación aparente, pues el extremo de la manguera deja escapar gotas de metal producto de la «licuefacción» a la que son sometidas varias medallas acumuladas en la bolsa para almacenar el gas, y el metal líquido es sustancia difícilmente respirable.
La conexión iconográfica entre dibujos, pinturas y obras tridimensionales presentes en La ilusión de los sistemas es cuidadosa y contribuye sustancialmente a la cohesión de la propuesta, «engalanada», por demás, con La sospecha de los cuerpos. Espionaje somático (2020), suerte de site-specific concebido para la Servando, por cuanto incorpora cuatro columnas presentes en el espacio de la galería.
Adriana Arronte es una poeta visual especializada en articular versos de métrica delicada, pero devastadores e irreverentes.
Tras la cuidadosa ejecución de sus obras palpitan rotundos cuestionamientos éticos, estéticos y filosóficos que develan las estrategias gestadas por el poder a fin de perpetuarse. Mediante la capacidad cuestionadora del arte, Adriana disecciona dichas estrategias, devolviendo imágenes contestatarias que trascienden los límites formales impuestos por el raciocinio y la lógica. La ilusión… es sintomática de una evidente, plausible y útil propensión, inherente a la artista, hacia la densidad metafórica y la construcción de cosmos pictóricos y objetuales que terminan ofreciéndonos una versión/visión libertaria de la realidad y las ilusorias estructuras construidas para articularla, mesurarla, controlarla, así como de aquellas, somáticas, caóticas, espontáneas, que no podemos manejar.
Poesía sistémica, sistematización de la ilusión, ilusiones reglamentadas, falsos algoritmos poetizados: el ser humano y sus espejismos hayan lugar en esta exposición que recomiendo disfrutar con calma, centímetro a centímetro, a fin de catar a profundidad sus delicadas e incendiarias verdades.
Maikel José Rodríguez Calviño
Etiquetas: Adriana Arronte Last modified: 21 diciembre, 2023