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ACELIA © Yudel Francisco

Written by: Crítica de arte Cuba Premios

Apuntes sobre Acelia

Entre sombras de humedad en las paredes se me colaron las obras de Yudel Francisco con un vaho entre amoníaco y cerezas verdes: jugueteaba una niña con pamela y volantes, deambulaba un perro, taladraba una silueta mi iris, mientras iba con más sudores que ganas al encuentro de la niña, que para cuando la volví a ver, había perdido los ojos. Sentí el roce de un ala que coloreaba su entelequia entre la muerte del ave y la flor de un sombrero. Mi sueño se marginalizaba, así como las insinuaciones de un empeño por accionar las palabras. ¿Quién sabe más de estupor que una pared baleada en sierpes? ¿Quién sabe más de sonrisas que la manzana mordida o la Eva pecadora que se negó el paraíso? ¿Quién sabe qué es el misterio? Al menos yo no lo sé, pero imagino se asemeja al lenguaje tenue y balsámico de la pintura que con zozobra aquí describo.  

Tuve miedo frente a aquella niña sin ojos. Me pregunté cómo lloraba, por dónde saldría de ella el dolor si no hay lágrimas. Me pudo la angustia al saber de alguien a quien se le está negado el llanto: el suplicio del consuelo, el reposo de ser. No existe pecho humano que aguante el ahogo, la densidad de formas que cuando estallan son traducidas en gotas de sal en los rostros. Entonces: ¿cómo relatar la delicia y el pánico que encierran los límites del Palacio Lombillo en La Habana desde que por sus interiores deambuló un espíritu indecible? ¿Será Acelia su nombre? Nunca me quedó claro. Quien no tiemble ante susurros de sombras ahí encontrará su sitio, como lo encontró mi afán por hallar una ficha inadecuada entre tanto estatismo.

© Yudel Francisco

A través de Acelia, Yudel Francisco presentó en lienzo escenas fermentadas por la pasión del trazo y lo frugal de la mente, toda vez logró relatar la vida que hubo en lo atemporal de su hacer, y que hoy no puede más que abono de un campo o simplemente polvo. Cada tela compelió a señalar narrativas de un antaño enquistado y tenebroso, mas su diégesis la marcó la sustracción epocal a la que se vio sometido el espectador. El Palacio y las obras dialogaron en un tono que nos supo ajeno. Escuchamos el coloquio, nos sumergimos en él, pero nos pasó como a la España barroca que intentó leer a Góngora; y se nos fue de las manos la historia. No existe pretensión más grande que decir de lo inefable, puesto que ahí la osadía queda, y en su defecto, el pecado pasa. Intentar colocarle molduras u ornamentos a la sinestesia, al trote coagula la imaginación. 

© Yudel Francisco

Sería inoportuno blandir un criterio de estética donde solo abunda la hondura. No caben tecnicismos ni escalas en un sitio de expresión. Al fin y al cabo, Yudel Francisco es eso, un expresionista más, pero en su defensa se halla tan contextualizado como el espacio de resistencia que representó Acelia en medio de La Habana Vieja. La ciudad en ruinas acogió las ruinas de la imagen, se hicieron lúgubres las dos, y plantaron su discurso desde el estancamiento y la atemporalidad, pero mientras la primera empobrece, la segunda hermoseó las interpelaciones que le hicieron, y se abrió para el tránsito de la bruma o la luz.

© Yudel Francisco

Buscar paralelos visuales con la obra de Yudel Francisco sería como buscar las similitudes entre dos árboles frutales de distinto tipo: por mucho que se establezca el parecido, los frutos delatan las diferencias. Más allá de lo estético y estilístico queda lo discursivo y desafiante; ahí gana este artista. Trabajar ese ritmo visual en sus obras ya lo coloca de valiente, y rescatar — ¡Oh! Siempre llegamos al rescate — una narrativa que fue del mundo material para llevarla al de los artilugios subjetivos, al de las alteridades y la poesía, lo hace acreedor de una herramienta que – si bien es harto utilizada – no deja de ser poderosa.

© Yudel Francisco

Entre fotos viejas y cuentos de camino cuajó la idea para esta muestra, y Yudel la sazonó con suma exquisitez. Recuerdo aquella escena de The Others (Alejandro Amenábar, 2001) que representó el giro dramático definitivo del film, donde Grace (Nicole Kidman) encuentra entre antiguas fotografías de la casa, una de sus tres empleados tendidos e inertes; me causó un pavor indecible. Algo similar obtuve en mi divagar por Acelia. La ausencia de ojos, la inexpresividad, los cuerpos echados en reposo o sin vida, la tristeza de la paleta, el antaño como reliquia y lo nuevo en lontananza; la sumisión de la imagen a los subterfugios del miedo y el silencio; la recreación estrictamente humana: desde lo icónico hasta lo visceral, desde lo sutil hasta lo animal, desde las asperezas del trato hasta lo hermoso en su condición de significante. Desde el abrazo y la crudeza hasta la mirada ausente de la niña, que me recordó la voz y la queja de Laura en Pieles (Eduardo Casanova, 2017). Pero, sobre todo, desde el vacío de sentirnos atemporales, impermanentes, partes de una realidad que si no se cuenta será confinada entre polvo y fotos viejas, esperando una brasa que las borre o un olvido que le arrebate su historia.   

© Yudel Francisco

Acelia estuvo en el Lombillo, quizás algo de ella por ahí aún se encuentre, y aunque desconozco qué pasará en un futuro con su esencia, me estremece saber que entre metáforas y alusiones se pasea intransitable por el interior de estas líneas.

Etiquetas: , , Last modified: 12 septiembre, 2023