El Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque se ha convertido en uno de los espacios por excelencia en Madrid para disfrutar de un variado programa dedicado al arte. Desde septiembre su agenda ha contado con atractivas exposiciones como Bajo la superficie (miedos, monstruos, sombras) comisariada por Javier Martín Jiménez o El Arca. Archivos de la Villa de la mano de Pia Ogea, que confirman un interés por mostrar los más actualizados y reflexivos discursos en materia de arte contemporáneo.
Durante el mes de marzo el Centro ha dado un paso más al convertirse en sede del Festival MadBlue y reivindicar desde el arte la importancia de la naturaleza y el desarrollo sostenible. Por primera vez en mucho tiempo esos patios solitarios se han llenado de vida al acoger las obras de tres artistas ya consagrados dentro del contexto artístico español, incluso siendo dos de ellos de origen latinoamericano. Los mares del mundo de Manolo Paz (Cambados, España, 1957), Línea rota de horizonte de Carlos Garaicoa (La Habana, Cuba) y El invernadero rojo de Patrick Hamilton (Chile) rompen con la rigidez de los muros de ladrillos del antiguo cuartel para configurar un espacio mucho más dinámico y colorido. Estas instalaciones de corte interactivo podrán visitarse hasta el 26 de abril, fecha en la que el espacio será reactualizado por otro grupo de artistas con nuevas intervenciones. De manera que MadBlue se alarga en el tiempo, desde marzo hasta junio, para presentar un proyecto de arte contemporáneo comisariado por David Barro y comprometido con los problemas medioambientales y sus implicaciones sociales.
Robert Smithson, uno de los pilares del Land Art, explicaba desde finales de siglo pasado que el mundo estaba viviendo una gran prueba, se estaban poniendo en juego no solo las habilidades técnicas sino también las de supervivencia del hombre. Hoy vivimos en la llamada era del Antropoceno, marcada por la superioridad con la que el ser humano trata a la naturaleza ejerciendo sobre ella un control del que pronto no se podrá recuperar. De ahí la importancia de que el arte se haga eco de estos fenómenos y la validez de estas propuestas presentadas en Conde Duque como mecanismos de activación en la consciencia colectiva.
De vocación atlántica resalta la obra de Manolo Paz, un monolito construido a partir de disímiles redes de pesca listas para ser recicladas y que el artista rescata de los almacenes de Boiro. Cabría imaginarse que este artista presentaría algunas de sus ya representativas moles de granitos; sin embargo, estamos en presencia de materiales mucho más efímeros, reutilizables incluso en los que pesa la historia del mar y los procesos en los que el hombre intenta imponérsele. Se trata de una memoria del mar, una memoria que para conservarse firme adquiere una forma casi pétrea e inerte que recuerda a sus tradicionales esculturas, porque estamos ante un artista de fuerte vocación escultórica.
Os mares do mundo como originalmente se llama la instalación expuesta por primera vez en su región natal para luego itinerar a Madrid, no solo rescata las redes de pesca de los marineros, sino que reproduce los colores de las aguas, porque los mares tienen colores diversos, como si se tratara de identidades. De ahí que, al ser sumergidas, las redes deben camuflarse con esos colores para no desviar a los peces. Cada tonalidad es la resonancia de los tonos del mar. Se trata de una obra que resalta la riqueza simbólica y física del mundo marinero y sus tradiciones, que alude desde sus materiales a la importancia de una pesca responsable. Estamos ante un ejemplo de cómo trabajar el arte desde principios sostenibles.
Justo al lado, caminando hacia el otro extremo del patio Carlos Garaicoa ha colocado un pedazo de ciudad, esa con la que interactuamos cada día sin detenernos a reflexionar sobre ella. Del mar nos movemos al espacio urbano para poner a dialogar dos audaces y poéticas reflexiones sobre el entorno que nos rodea. Línea rota de horizonte cuestiona esos procesos de fragmentación -dígase mejor mutilación- de la naturaleza que acompañan a las ciudades amparados en pretextos de aparente eficacia. Para su consecución Carlos ha trasladado a manera de site-specific un grupo de esos árboles que encontramos talados en parques o parterres, con las rejillas que lo aprisionan y las colillas que los inundan.
Uniformados en una suerte de procesión piramidal, como si de un homenaje se tratara, estos vestigios de troncos cortados conforman el camino hacia el altar mayor. Se trata de un árbol de bronce, trabajado escultóricamente de forma naturalista, que viene a ser la metáfora de una naturaleza que busca imponerse a toda costa, pese a los intentos por aniquilarla. Un proceso de corte metonímico sustenta la idea de este proyecto en el que Carlos Garaicoa alude a la totalidad de un fenómeno solo mediante una parte del mismo. La superposición de un pedazo de ciudad le ha servido como punto de partida para reflexionar en torno a las estructuras lingüísticas, sociales y de poder sobre las que se construye la propia sociedad.
Cruzando hacia el patio continuo encuentras El invernadero rojo de Patrick Hamilton. La poesía en su trabajo es menos amable y más sagaz. Un invernadero metálico cuyos cristales han sido reemplazados por metacrilato rojo translúcido pone forma a esta instalación de carácter interactivo. Por un lado permite verse desde afuera, pero también ingresar en ella y mirar desde el interior hacia el exterior. Quien acceda podrá experimentar a manera de metáfora un sinfín de asociaciones relativas al cambio climático y las consecuencias de los gases de efecto invernadero.
Algunos han querido ver la insistente presencia del rojo como pie forzado para una interpretación de corte político económico; sin embargo, entenderlo como un mecanismo para implicar aún más al espectador es argumento suficiente para completar la pieza. Sentirás la fuerza del rojo con solo adentrarte en el invernadero y entenderás que en medio de la crisis medioambiental que experimentamos hoy, el arte tiene la poderosa capacidad de sensibilizar al sujeto y generar empatía.
El invernadero rojo, así como Línea rota de horizonte y Los mares del mundo, confirman la idea de que el arte es capaz de comunicar desde lo que no es visible para la razón, y que el impacto emocional es fundamental para entender la compleja situación del planeta hoy. Comprender datos científicos sobre los altos niveles de CO2, los bosques talados o mares contaminados ya no es suficiente, de ahí que el arte puede proporcionar un enfoque diferente para comprender estos fenómenos. No se trata de instrumentalizar la creación visual al servicio de campañas de concienciación ecosocial, sino de generar experiencias y sensibilidades compartidas que nos permitan pensar juntos nuevos y mejores modos de relacionarnos con la naturaleza.
Etiquetas: Conde Duque, MadBlue 2021 Last modified: 4 abril, 2021
Estamos ante una recreación total de las obras, sin la necesaria presencia física. Felicidades a los artistas involucrados en esta exposición. Una vez más el arte demuestra cuánto puede hacer el hombre por lograr una relación equilibrada y sostenible sobre la naturaleza.