Las máquinas son creadas a nuestra imagen y semejanza, y entender a las máquinas es entendernos a nosotros mismos -el nosce te ipsum posmoderno-. Llega así La Máquina Loca, protagonista de la primera edición de Canal Connect, un proyecto que aúna con éxito Arte, Tecnología y Ciencia en los Teatros del Canal. Durante poco más de una semana (del 5 al 14 de marzo), veinte instalaciones de artistas internacionales se apoderan de este enorme edificio ensalzando la tecnología en el arte, combinando lo artificial con lo orgánico, el presente con el futuro.
La intervención de lo artificial en lo humano aparece desde distintos prismas: el miedo, la fascinación, lo desconocido, la simulación, el control, la hiperconexión, el movimiento, la cooperación, la posverdad, el retorno al origen… Cuestiones que responden directamente a la necesidad urgente de entender a las máquinas y la urgente necesidad de las máquinas inteligentes de entendernos a nosotros.
Algunas instalaciones son interactivas: un detector de peatones donde el espectador puede participar en la detección de infracciones administrativas y una máquina expendedora de likes en Instagram (¡puedes comprar 300 likes por 3€ a tiempo real!) de Dries Depoorter; una roca con la que puedes comunicarte a través del campo magnético terrestre, Lithosys de Rocío Berenguer, proponiendo así nuevas formas de envío de la información; o una pista de baile, Love Synthesizer de Anaisa Franco y Lot Amorós, basada en la polarización para vibrar entre armónicos al rozar la piel del otro.
Sin duda, la joya de las instalaciones interactivas es Liminal de Louis-Philippe Rondeau, donde un arco de luz fotografía todo lo que lo atraviesa, como una barrera del tiempo, para retratarlo en una enorme pantalla con un sonido de arena llevada por el viento, reflexionando así sobre el presente captado, el pasado reflejado y el futuro que ya ha borrado el rastro. Tal vez desvelando el inexorable paso del tiempo.
La inteligencia artificial articula parte de La Máquina Loca. A veces con un tono más distópico, como El sueño de las máquinas de Gregory Chatonsky, donde una inteligencia artificial cree haber aprendido a crear sueños, donde el humano se asoma a un futuro desolador.
Otras veces opera de forma más atávica, como en Haruspices de Jonathan Pêpe, donde un ordenador analiza los sentimientos que prima en los tweets que llegan a tiempo real para reflejarlos en las entrañas de un organismo blanco, protésico y aséptico, del que una inteligencia artificial cree averiguar el porvenir de los humanos, como los etruscos lo hacían sobre las entrañas de los animales.
Hay dos espacios más íntimos que incluso permiten abstraerse de la ciudad frenética y reconectar con lo natural a través del artificio.
El primero, es un circuito neuronal, Creatures Cluster de Katerina Undo, que conecta distintos puntos de luz de forma orgánica y recíproca, el cual, junto con la atmosfera creada por los sonidos emitidos por los pequeños altavoces integrados, reproduce un pequeño ecosistema, creando así el paralelismo entre la estructura del sistema nervioso con un ecosistema y la interconexión de todas las piezas de la tierra consigo mismas.
El segundo, Supraorganism de Justine Emard, es una enorme sala oscura donde resuenan pequeños hierros robotizados contra el vidrio al son de patrones de comportamiento de una colmena de abejas. La máquina funciona por una inteligencia artificial que es capaz de imitar e incluso predecir qué haría el enjambre, siendo un superorganismo en dos sentidos: por sus proporciones y por su estructura alimentada de las sombras de un superorganismo real –la colmena- y expuesta mediante luces sobre el futuro del hipotético enjambre. Lasermice de So Kanno se inspira igualmente en las conductas sincronizadas de los insectos para disponer sobre un tablao flamenco hasta sesenta robots que se comunican y sincronizan mediante lásers, imitando así la inteligencia de enjambre y creando –sorprendentemente- diferentes ritmos de taconeo.
Dicen que encontramos las características específicas de un elemento a través de la comparación. En este sentido, la pieza que cierra el circuito, Tribute to George Stinney 2020 de Malachi Farrell, es la más kafkiana y, a la vez, la menos futurista: una silla eléctrica cargada de violencia y deshumanización. Porque, ¿y si una vez hubieran ahondado sobre todo lo artificial de lo mecánico solo quedara lo inhumano del humano? Entonces, La Máquina Loca sería un recorrido por lo informático, futurista y robótico hacia lo más profundo de lo humano.
Dónde: Teatros del Canal.
Hasta cuándo: domingo 14 de marzo.
Recomendación: Ir cuando ya ha oscurecido.
Está muy bien contado y parece muy interesante. Tomo nota. Gracias.