Quien con monstruos lucha, que se cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
Friedrich Nietzsche
Para impedir que un adulto se pudra hay que enterrarlo en los espacios de la fantasía y de la ficción. La norma social convierte a los hombres en adoctrinados de la razón instrumental y exiliados de la emoción. Cumplir las demandas del deber ser frente el ser mismo conduce al abismo de la esterilidad y de la asepsia. Lo seres adultos cifran su destino trágico en cada gesto de retribución a lo políticamente correcto. La espontaneidad, la sinceridad y la franqueza en el actuar y en el decir, resultan valores ajenos a su mundo. Los adultos se aseguran el acogimiento y la entrega más visceral al teatro de la cordialidad, mientras que un niño, simplemente, es.
De esto sabe mucho el artista italiano, residente en Madrid, Fulvio Gonella, quien decidió abandonar la perspectiva de un arte programático y reproductivo en beneficio de una iconografía que salvaguarda el ímpetu y la honestidad palmaria frente a la apariencia y la inercia. La suya es una narrativa cómplice del polimorfo, cercana a la exigencia de la libertad y al pecado de lo auténtico. Hablamos de una iconografía que se organiza sobre la activación, el montaje y el cruce de dos maneras de ver y de entender el hecho estético. De un lado, la apropiación del lenguaje infantil rico en derivaciones y antojos; de otro, la intencionalidad que desde el lugar de la enunciación se manifiesta en ese mismo uso y en esa misma usurpación del abecedario del otro.
Tal es así que la propuesta de Fulvio se articula sobre una extraña situación triangular. Son tres las instancias narrativas o los espacios desde los que se prefigura la voz final de la obra. A saber, el diálogo con niños especiales (y excepcionales) que por alguna razón se han cruzado en el camino de su vida y que desde su punto de vista resultan auténticos artistas; la permanente conversación con el niño imaginario que se ha inventado el artista a modo de alter-ego; y por último la traducción de toda esa experiencia emocional acumulativa en términos visuales y bajo los signos de la “emulación”. De este modo visto, y a diferencia de la gramática del Art Brut que tanto fascina a Fulvio, sus piezas no responden a la ignorancia respecto de una tradición cultural establecida ni a la ausencia de formación artística. Tampoco dispensa obras que atienden a circunstancias de marginalidad y de exclusión social. Al contrario de ello trabaja desde la más entera comprensión del campo artístico y desde una estricta organización de las ideas. El anonimato y el silencio están lejos de ser una condición en el desarrollo de su obra, como tampoco lo es la existencia de un episodio clínico sobre el que podamos reparar con atención aparte. Sin embargo, lo que sí moviliza el trabajo de este artista es la pasión desenfrenada y el culto a la emoción sin límites.
Fulvio cree en el poder transformador del arte y en el potencial creativo de esas voces que habitan fuera del circuito institucional. De ahí su profundo interés por el mundo infantil y su cercanía a niños a los que él advierte como genios de la pintura y el dibujo. Su obra es un gesto de reconciliación, una suerte de estrechamiento de contrarios. Lo adulto y lo infantil se mezclan y se superponen en una superficie que tiene algo de palimpsesto y mucho de emotividad condensada. La única obsesión que le conozco es esa voluntad por producir obras y ejecutar ideas a contracorriente de cualquier premisa normativa.
Estamos ante un artista que no repara en el tiempo ni en las condiciones ideales. Su credibilidad reside, precisamente, en su capacidad de trabajo y su declarado amor por lo que hace. Pocas veces uno habla con artistas tan intensos en la explicación de sus obras y en la trasmisión de sus intenciones creativas. Fulvio aspira a que la obra sea comprendida, aceptada en términos de legitimidad, pero sin incurrir por ello en considerar que su visión y su lectura sean las únicas aceptables y legítimas. De hecho, y aunque él se concibe de algún modo un artista brut, no creo que sea esta una etiqueta lo suficientemente rentable para acorralar el sentido de sus piezas ni reducir el alcance de las mismas.
Ya sea por pudor o por esterilidad, lo cierto es que muchos agentes activos del mundo del arte se muestran reticentes a este tipo de propuestas pretextando la sospecha ante ellas. Si bien es verdad que existe todo un mercado susceptible a la exhibición y a la comercialización de este vocabulario; también es un hecho que sobre él pesa mucho prejuicio. No obstante a esta realidad y a que también se ha producido mucha obra banal y hasta ridícula dentro de esa operatoria estética, es admirable la vocación de alguno de los artistas que cultivan este lenguaje. Habría que pensar bien y mejor en el cuerpo de juicios de valor que se derivan de estas apreciaciones apresuradas y fijar la atención sobre las propuestas que, como las de Fulvio, nacen de una verdadera necesidad de decir y de la más genuinas de las posiciones. Si algo advierto en su obra es autenticidad y honestidad.
Con este artista ocurre algo muy interesante de cara a la gestión misma del hecho artístico y de su autoría y es que en él acontece una inequívoca anulación del ego y de las tantísimas pataletas que afloran su de mal arbitraje. Más que como gran hacedor se le descubre como un noble traductor. A la arrogancia opone la humildad; a la autoridad enunciativa opone a la voluntad dialógica. Fulvio es muy consciente de que su obra nace de esas “verdades” compartidas con sus interlocutores “especiales”. Quizás por ello no deja de recordarlo y hacer valer este hecho que otros bien podrían ignorar.
Allí, en esa honestidad suya y en esa linda forma de decir, descubro la elocuencia de su arte y los signos de lo que será, sin duda, su huella.
Etiquetas: Andrés Isaac Santana, Fulvio Gonella Last modified: 8 septiembre, 2023