Del 20 octubre 2011 al 22 enero 2012. Centro José Guerrero, Granada.
Toda vez que la élite burguesa del siglo XIX había conseguido asentarse en las cátedras del poder contemporáneo se hacía necesario un sacrificio que paulatinamente, tranquilamente, como todas las cortas transiciones, marcara en su subcultura artística la permeación necesaria para la adaptación a los tiempos que habían de venir. Esto es redundante. Con ello las autoridades siempre competentes construían con mayor o menor brusquedad una nueva «sacralidad» esta grandemente pública que había de representar públicamente, valga la redundancia, la imagen, el retrato con que exhibir la idoneidad de la élite, para sí, fuera en los escalones de la Ópera Garnier, en los felices Salons o en los privados hotels de París. Y por qué no, de otras ciudades del vitalista progreso histórico que había de venir.
El caso de William Bouguereau es un caso ejemplar a tal efecto. Este académico era un perfecto pintor, un artífice conocedor de los recetarios, sensible a las formas ortodoxas que con más o menos sobresaltos se habían hecho fuertes desde hacía unos cuatro siglo, cubierto ello de una pertinente aura, e inquieto por la herencia con que la tradición había cargado sus hombros. Nada se podría objetar de su trabajo. Sus obras se cubrían de éxito, fama propia de un parnaso eternamente actualizado.
Con él la Cultura contemporánea tenía un artífice ni sometido ni fiel, más bien empático con ella, un producto todo el de sus manos retrato de la correspondiente actualización de la Historia, con mayúsculas, y que «se dice» en la medida que puede para poder ser en el presente correspondiente. Y ya sabemos que una voz más alta que otra, aunque no sea verbo, siempre que sea en el idioma que corresponde, se escuchará mejor que otra que sólo sea un susurro, por más que este haga tiritar por unos instantes los músculos oculares, o, para seguir con el paralelo, haga estimular sensiblemente, estremecer incluso el sentir de las ramificaciones nerviosas de los tímpanos de nuestras pequeñas orejas. No podríamos hablar ni de un auténtico retardatario, ni de un inmovilista y, ni siquiera, de una repetición en la historia del arte. Sería poco acertado por nuestra parte, amén de, cosa paradójica, escasamente objetivo y poco justo. La obra de Bouguereau sentía «actualmente» el pulso vivo de su Historia, con mayúsculas; la obra del artista francés sentía hacerse actual la melodramática poesía del desnudo perceptivamente extraño a la realidad porque sencillamente ese era el canto que en el yo inmaculado de sustancia histórica, con minúsculas, latía o había de latir, según se considere o no la función de la moral en los presentes; su labor como artista plástico no era en ningún caso inmovilista pues a cada trazo de pincel se reconfiguraba la poética heredada del pasado con mayor o menor éxito y, sobre todo, su espíritu vivía más con ella.
Quien esté libre de pasado, que tire la primera piedra. Tanto mejor si considera abandonar los pinceles.
Otra cosa sería una especie de nihilismo cada vez más connatural a la época contemporánea correspondiente. Pero eso ya no sería corregir a los presentes de las personas de cada época en cuestión sino al público voluntariamente encomendado. Nihilismo en tanto que la revolución «pública» que se venía gestando desde la revolución cultural del Barroco, otra cosa de obligada necesidad tras el nacimiento de la imprenta, había de dar, según los tiempos apropiados, el resultado que al final ha terminado por dar. La Historia ha invadido poco a poco el trabajo de campo de los distintos presentes gracias al escaso recelo de los historiadores, es decir, no los de los estudios especializados según la convención, sino la persona haciéndose presente en su siglo. La Historia, si es posible, se ha resultado presente a sí misma gracias a la conversión en público de la comunidad de presentes. Los seres que «vivencian» trasladando este sacrificado goce que lo tiene todo de bueno y de malo y consiguientemente haciéndose extraños a sí mismos y compensando esa ansiedad por una substanciación aparente en la Historia.
Para ello qué mejor que una ortodoxia paulatinamente alimentada con la sabia nueva de los tiempos particulares, por heterogéneas que sean sus peculiaridades con tal de que sea… bella. Baudelaire y su flemática mirada a los Salons (hablo plásticamente) participa seguro que a pesar de sus pesares en el ejercicio que la Historia realiza en el presente para perpetuar su melodramática ortodoxia. Hoy día.
El caso es que muchas obras de las «presentadas» al gran público hoy día pueden hacernos recabar simpatías en las lecciones de autoridad de las puestas en escena del pasado, sin que ello pueda significar demérito alguno para el artífice de hoy día. Antes bien y al igual que sucediera con el artífice Bouguereau en su momento son un ejercicio apurado de las llamadas modas contemporáneas y que antes fueron historicismos más o menos asumidos en una fría dialéctica del artesano con su diseño (de disegno): una resuelta ósmosis superficial, pues para eso nos creamos artistas, pulsiones geniales a punto de fraguar, para con el pulso de lo que podríamos considerar no sin cierta ansiedad por respirar artísticamente la latencia de un arte otro que existe presente con el pasar de nuestros días, de los de cada uno en su caminar por el entorno descrito por mí o por otros, pero que, por la «razón moral» que sea, encuentra una encrucijada a la hora de hacerse manifiesta en esos presentes. Quizás sea que no quiera yo, que soy capaz de reflexionar, verme realizado aunque sea por un instante en eso que no es del todo un retrato, sino un ejercicio verbal, un sí o un no sin derecho ni deber.
Es en esta línea que se encuentra el proyecto vigente del superviviente Centro de Arte José Guerrero de Granada. Irónicamente resuelto a existir en la época en que se existe tan reflexivamente, enfrentado a los espejos maravillosos y sus tópicos juicios. Atrevimiento el suyo querer realizarse en tan difícil cancha. No muy distinto de otros tantos proyectos el de Granada tiene a gala ser un compendio ejemplar, me atrevería a decir; y ello por varias razones.
El trabajo que comisarían Alfredo Olmedo y Alberto Ruiz de Samaniego y que construye el artista Eduardo Outeiro es un dato ejemplar de época. Es un ejercicio de direcciones sígnicas que se da completo al usuario como si de un espejismo o de un producto de diseño industrial se tratara. Está cerrado en su modelo y sin embargo en el interior de su cuerpo como un alma recóndita se esconde un discurso participativo. Más allá del extrañamiento de las imágenes, las que nos rodean como un acuerdo consuetudinario, más allá de la inspiración virtual que rápidamente se dirige a los tensos lagos entre los crujidos del viento construyendo el paisaje, el proyecto del centro granadino juega a diseñar un discurso para el retrato del yo mismo ante el espejo, dentro más bien del cuarto de los espejos.
El de Granada es un proyecto fraguado desde la obra de arte total. Esto que suena a tanto no lo es tanto desde la originalidad de las vanguardias sucesivas sino desde los rasgos naturales que le caracterizan. Es decir, total en tanto que la puesta en escena de la obra misma es obra de una multidisciplinariedad que pretende abatir gran parte de los estadios sensibles del espectador: una panoplia de ejercicios comunicativos de distinta índole, plástica, sonora y, por supuesto, literaria en varias posibilidades. El mensaje de la misma está elaborado concienzudamente en el texto, en la edición del libro conmemorativo, más allá del conjunto de elementos literarios de inmediato acceso, que pasa a convertirse en particular sagrada partitura. El mensaje de la misma está anclado, quizás por una jerarquía que quisiéramos adivinar, en la partitura, haciendo imprescindible su apropiación para poder no sólo completar, sino considerar en su totalidad la propuesta expositiva. En esta totalidad, como antaño, el arte bello, de antaño, no sale bien parado; quizás deberíamos decir que al arte bello no se le espere en gran medida a no ser que se quite su antifaz y represente su matemática con total sinceridad.
El recorrido, muy conseguido, se sucede en la recreación de un cuarto de maravillas de índole botánica, banda sonora inclusive. No se trata de presentar auras iluminadas sino completar diligentemente el mensaje de la sagrada partitura. Es aquí donde comienza la magia de la época. La super-especialización de los artífices, pues hemos de considerar variada la naturaleza de cada uno de los partícipes, llega a la organización según cánones expositivos de los elementos compuestos según una clara serie rítmica.
Sin tenerla presente la evocación se hace cada vez más presente, necesariamente sin serlo. Una fotografía de Ansel Adams de los grandes bosques, lagos y montañas norteamericanos se hace, sin estar allí, cada vez más recurrente. Pues la serie fotográfica no contempla la necesidad de completar el recurso; antes bien su función está claramente definida, sus medidas nos lo aseguran: hay que constatar la idoneidad del mensaje. Ni maquetas ni planos sirven, a pesar de su tremendo objetivismo, para confiscarle al espectador la confianza.
He aquí la obra de arte total. He aquí la actualización en el presente en que me veo dentro de la obra de la imagen-retrato de la Historia en que la ciudadanía vivimos, votantes nosotros. La Historia, para el bien de sus constructores «ajenados» , en tanto que es el bien lo que se procuran, ha seguido con su proceso de ósmosis para seguir construyendo su literatura como presente; en el caso de las cabañas para pensar, la Historia se ha retratado como lo habrían hecho las vanguardias artísticas más radicales, construyendo paradojas lingüísticas a pesar de que la impresión de su sustento se sigue procurando el equilibrio sobre términos «bien» parecidos: ascesis, noción de habitar el paisaje, principio de la arquitectura, mediante la descripción en lenguaje del paisaje, angustia e, incluso, ejercicios espirituales. La latencia de la magia y la religiosidad en las artes enfría hasta la quemadura las artes de la representación, ya sabemos, «cosa mentale», sea pintura o sea filosofía.
Cada vez que decimos el presente, estamos construyendo, pues, Historia para qué.
EXPOSICIÓN: Cabañas para pensar
FECHAS: 20 octubre 2011 – 22 enero 2011
LUGAR: CENTRO JOSE GUERRERO
Calle oficios 8. 18001. Granada
ORGANIZA: Centro José Guerrero
COLABORA : Fundación Luis Seoane
COMISARIO: Alberto Ruíz de Samaniego