Que no te comprendan es un drama, pero que te comprendan demasiado es trágico. Cuando el entendimiento rebasa el límite que resguarda el misterio, entonces la realidad se hace tan evidente que se pierde el erotismo de la búsqueda y lo interesante deja de serlo. Amparo Mellado, que es una mujer sensible y lúcida, sabe mucho de esto. Tanto es así que, en su esfuerzo por responder las razones del porqué pinta, se responde así misma que “busco el cielo dentro de mí…”.
No se me ocurre mejor metáfora para definir, aunque sea por asomo, el sentido de una práctica que escapa a todos los principios de la razón instrumental y se instala en el centro mismo de lo emocional. Al pensar en lo que pinta, en los elementos recurrentes de su hacer, la artista se apresuró en afirmar que “cada uno de nosotros somos todo y somos uno respecto del universo y de la naturaleza. Sin pretenderlo pinto rocas, corales, desiertos, lava, fondos marinos. Elementos todos que estaban ahí, los llevaba dentro, y tal vez no era muy consciente de ello. Al final somos todo eso y más …”
Leído esto último se entiende que su obra busca, a gritos, entablar una conversación de acento y perspectiva ontológicas. Amparo no desea convertirse en otra “comentadora” de las circunstancias, sino, por el contrario, pretende discernir la esencia y los signos de “sus circunstancias”. Pero no para hacer diagnóstico del mundo o alardear respecto de las limitaciones y calamidades de este. Creo que su interés reside en hallar su propio lugar dentro de ese mundo, descubrir cuál es su sitio, advertir sus lazos de pertenencia y de entrega a éste.
De hecho, en un diálogo privado entre ambos, me confiesa la artista que desde siempre no ha pretendido otra cosa que buscar ese espacio en el que poder certificar su condición de mujer y de hacedora de metáforas artísticas. Quizás por ello su obra persigue de forma casi obsesiva la “creación” de espacios otros, encuadres que van desde los abstracto y matérico a lo estrictamente concreto-fáctico. Cada pieza suya es una “entrada” en lo esencial de sus preocupaciones. Sería imposible agotar en una única lectura el alcance y la dimensión holística de sus artefactos y extrañas superficies, pero sí que puedo asegurar que ellas no responden solo a la urgencia de lo retiniano o a la lógica restrictiva del gusto. Amparo, de una forma u otra, intenta la provocación afectiva. Nada le preocupa más que “salvar” esa relación de complicidad entre la obra y quien la observa. Esto sin dejar de reconocer que ni ella ni nadie puede disponer un control absoluto sobre estas dinámicas toda vez que ellas mismas escapan a cualquier tipo de tiranía.
Mi primera impresión al ver la obra fue, de hecho, de desazón. Tuve que observar por segunda vez e introducirme en ellas -con sigiloso y advertencia- en los recovecos ásperos y cárnicos de superficies que me remiten a lo marino, lo terrestre y lo cósmico, lo concreto y lo abstracto. La apariencia de sus obras se revela en extremo importante. Es en la apariencia engañosa de las mismas donde reside gran parte de su paradójico atractivo y el rango presumible de su embestida conceptual. La arquitectura de sus obras plantea una discusión acerca de los límites de lo pictórico y lo escultórico. No caben dudas de que a Amparo le fascinan el volumen y las digresiones alegóricas que pueden resultar de este y de su puesta en escena. El plano físico y el plano espiritual se gestionan con cierta audacia en beneficio de la cadena de sentidos. En su momento, Mellado aseguró que el proceso “se realiza en dos movimientos, el primero es hacia el interior en busca de la resonancia que ese material me produce; en segundo lugar, hacia el exterior, en un anhelo de belleza y de emoción”.
El carácter escenográfico es otro de los rasgos de identidad de sus prefiguraciones artefactuales. Había advertido esto sin saber, para mi sorpresa, que la artista es también actriz. Los escenarios vienen a ser ese otro espacio enfático de realización en el que su yo-escindido y múltiple se hace un lugar de visibilidad. La perspectiva feminista y de género latentes, no admite polémica alguna. Amparo, lo acepte o no, gestiona una gramática feminista que reconoce la espesura y complejidad de su misma condición. Estas obras comportan una dimensión corporal y hasta performática. En ellas se esbozan interrogantes acerca de la alteridad y de la subjetividad como esos sitios que aún hoy escapan a la hegemonía y el control.
Etiquetas: Amparo Mellado, Andrés Isaac Santana, La Comarca, pac Last modified: 12 septiembre, 2023
Así es, me corresponde corraborar su extenso artículo. Gracias por tan bella y real descripción de esta artista granadina
Muchas gracias José.