En un entorno tranquilo del Alt Empordà, compartiendo jardín y tertulias con los artistas Rosa Tharrars y Guillermo Phaff y el poeta Gabriel Ventura, se halla el estudio de Manolo Ballesteros.
Ballesteros se define, sobre todo, como pintor. Parte de la pintura y sus límites; el cuadro es la pintura. Crea abstracciones geométricas a partir de un juego de líneas y combinaciones cromáticas formando espacios y composiciones. No pretende dar significado ni simbolismo alguno a sus cuadros, la pintura es la esencia y protagonista. Describe su obra como concepto espacial donde la pintura se representa. Un cuadro de Ballesteros es un espacio de sensación abierto a experimentar de forma subjetiva, incluso, sentimientos contrastados.
Los cuadros escultóricos y más recientes, reafirman la línea de pensamiento del pintor. En este caso, recurre a la plástica para la construcción de soportes que le proporcionan volumen y nuevas conversaciones con la pintura. Crea planos, ángulos y cortes proporcionando juegos de luz y sombra, buscando movimiento. Como amante de la música clásica busca la composición, ritmo y armonía sobre la pintura. En la mayoría de sus cuadros escultóricos se basta con monocromía pues busca lo minimal para expresar lo esencial.
Aún con ausencia de un significado concreto, un cuadro de Ballesteros podría representar una sinfonía o poema visual que a muchos connota cierta espiritualidad.
El trabajo de Ballesteros es fruto de una reflexión continuada en el tiempo (con visión de pintor más que artista); la intuición y creatividad le permiten exponer la pintura. La seguridad en su pensamiento y el compromiso consigo mismo lo llevan a la experimentación constante en amplias líneas de trabajo renunciando, en alguna ocasión, a un proceso más convencional que conllevaba límites. Manolo Ballesteros consigue mantener su esencia en un trabajo significativamente personal en el tiempo.
