Damos por sentado que en el arte el acto de creación pertenece por entero al hecho estético en sí, como si sólo se hallara en lo estrictamente artístico. Sin embargo, basta con emprender un recorrido por la obra de algunos artistas, para comprender al cabo que el arte es invención de la realidad, fabulación sin límites, alegoría de la propia imagen. Incluso si se asume lo primero, es incuestionable la cualidad sensorial que posee una obra de arte, sobre todo cuando transforma la materia y le confiere un sentido poético que no posee por sí misma.
Serviría estar en presencia de la obra de Teté Durá (Alicante, 1962) para certificar la dimensión artística y el poder metafórico que alcanza lo matérico en la pintura. Se trata de un registro sensible, sofisticado in extremis, propio de quien conoce el medio y el oficio. A priori parece una obra que encuentra su fin en el propio ejercicio de la pictórico, pero una mirada más incisiva revela el soporte de madera con material vegetal que Durá emplea como lienzo, fruto de un proceso de búsqueda expresiva. Este interés por la forma, por la textura vegetal como material que complementa su poética, se antoja como una transgresión artística desde la propia forma de la materia. El componente vegetal es resultado de la búsqueda de un elemento formal que propicie mayor densidad poética a sus rostros, es una simbiosis entre el arte y la naturaleza, y un tránsito de la búsqueda formal desde lo matérico hasta el hecho artístico consumado en la obra.
Teté Durá ensalza el rostro femenino como paisaje sobre el que ha decidido representar sus juicios, obras que surgen ante el espectador como (re)presentación de sus estados de ánimo. El rostro femenino en estado de introspección se hibrida a la hoja de palma, a la materia, a sus planos, para así conformar un nuevo signo, para trascender el estado de la pintura. Motivada por sus referencias personales, el trabajo de Durá incluye la manualidad y la carga semántica que adquiere del hacer investigativo. Como es recurrente en su trabajo, el hilo conductor sigue siendo los rostros de femeninos como inagotable terreno de símbolos desde lo bello, el refinamiento y la sencillez. En esencia, es un signo que delibera sobre la belleza, y que va de lo carnal y lo puramente humano a lo metafísico y espiritual.
El poeta Francisco Brines (Valencia, 1932-2021) en su poemario Aún no, decía que: “Las palabras separan de las cosas / la luz que cae en ellas y la cáscara extinta, / (…) Todo son gestos, muertes, son residuos.” La obra de Beatriz Díaz (Oviedo, 1971) es justamente esto, muerte y residuos del lenguaje, específicamente de las letras, como símbolo que lo articula. Su trabajo se presenta de golpe como un ejercicio semántico altamente instruido desde la aleatoriedad que caracteriza al propio lenguaje. La obra de Beatriz y la de Teté convergen en el instante donde la forma de la materia se vuelve punto de partida y recurso poético para la creación, para el acto sensible que implica el hecho artístico.
Ahora bien, una letra no es más que un símbolo, un gráfico, un signo, que depende de relaciones marcadas por una racionalidad intrínseca en cada uno para articular el lenguaje. Beatriz Díaz sabe esto, y justamente ahí radica la fuerza expresiva de su arte: en la desautomatización del lenguaje, tarea más que compleja si se entiende el lenguaje como herramienta que permite actuar en la realidad. Letras que brotan de una cañería o de la pared de una galería, como metáfora que advierte que hasta el imperio de lo visual halla su sentido, su significado último, en el lenguaje. Pero la artista trasciende esto, y trastoca el sentido del texto al presentarlo como un todo indiscernible, en el cual somos incapaces de percibir su mensaje original, o al menos uno racional.
Lo primero que se advierte en su obra es un gesto dadaísta, no solo por el carácter escultórico de la propia obra que le hace un guiño al objet trouvé duchampiano, sino porque es inevitable pensar en lo aleatorio de los poemas dadaístas. Beatriz se apropia de lo ya existente, el lenguaje, y subvierte su significado y la función de este en el mundo objetivo, lo relevante es la palabra misma, su apertura en sentidos infinitos. Su obra intenta acentuar el significado y la poesía que las letras contienen como elemento gráfico por una parte, y como elemento que forma el lenguaje por otra. Establece un juego retórico sobre y desde el propio lenguaje a través de un gesto conceptual y minimalista, que da al traste con una obra en extremo sofisticada y muy bien articulada, que funciona desde un gesto metonímico.
Al término, puede decirse que son dos las cualidades que tipifican la operatoria artística de estas dos artistas: la capacidad de transformar la materia y la sensibilidad estética. Acaso lo más notorio de ambas sea la relativa poca distancia que se advierte entre sus yo y sus artefactos poéticos. La obra de estas artistas nos recuerdan la capacidad evocadora y poética que se le demanda al arte, incluso si la propia obra no concurre con nuestro gusto estético. Al final, de una forma u otra, alcanzamos una alquimia con el arte, llegamos siempre a ese lugar utópico, al disfrute pleno, al diálogo con la poesía.
En el marco de Abierto Valencia 2021
Fechas: Del 24 de septiembre al 23 de octubre de 2021
Lugar: Galería Thema, Valencia