Hasta tanto no tengamos una noción acabada de lo que significa la repintura, esta no dejará de ser un ejercicio -inteligente (y pertinente)- de interpelación, un gesto gramatical único, un acontecimiento, un suceso. Habida cuenta de su singularidad y de su rareza, quizás la mejor manera de comprender tentativamente lo que es y lo que supone la acción de (re)pintar, sea a través de la aproximación crítica, la entrevista o el comentario en primera persona. Es así que, coincidiendo con su primera exposición personal en Madrid, en el estudio de Carlos Garaicoa, aprovechamos para presentar el trabajo del artista cubano Héctor Onel Guevara. Basta con un acercamiento a su propuesta para desacreditar cualquier idea de defunción enarbolada por los agoreros de las sepulturas. Aquí se celebra la intensidad y la musculatura de un lenguaje que constantemente rebasa sus propios límites, un modo de decir -si cabe- que se reta a sí mismo. Aquí, insisto, se celebra el exceso y lo excesivo; se agita la gozadera, el placer de ejercer y el poder de representar/tachar cualquier imagen en función de la propia imagen: esa misma que al final -en el ocaso- huye como un pez en el agua o se desentiende como un secreto en la oscuridad de la noche.

La crítica y la curaduría están enfermas de mercaderes que vienen a vender sus masturbaciones repentinas y sus hipotecados pensamientos bajo la máscara de la autonomía y de la libertad. Lo mismo ocurre con la práctica artística cuando se decide y se discute entre el oportunismo y la soberbia, cuando su lugar deja de ser el mundo en su totalidad y en su espesura para ser el ombligo de ese mismo mundo. El panorama se enrarece con el alistamiento de los plagiadores, los revoltosos de manual y los acólitos del encargo. Es ahí, en ese espacio turbio y bastante mediocre, donde Héctor se revela como una suerte y como un hecho. Conozco a muchos artistas cubanos, cubanos de todo tipo, de toda en-verga-dura, de toda “condición natural”, de toda presunción de genialidad y de empacho; pero pocos, casi ninguno, como Héctor Onel. La elegancia le precede y el silencio le distingue. A la rabiosa necesidad de ser y de pertenecer, él impone los dones de la paciencia. Frente a la desesperación por el éxito inmediato a costa de cualquier extravío, él ejerce el pragmatismo que entraña el disfrute de cada momento. No se busca lo que ya se tiene, no se llora por lo que no se perdió. Héctor, simplemente, es Héctor; es con mucho, y como él mismo afirma, muy recomendable.

Entre la exégesis de la crítico y curadora Claudia Pérez, la entrevista de la artista visual y pedagoga Evelyn Álvarez y el escarceo interpretativo del analista de mercado Pedro E. Rizo, se organiza una lectura que se aproxima, en apariencia, a lo que es y a lo que hace este joven artista. Pero no se engañen con ello, estos son solo textos, orquestaciones más o menos coherentes y lúcidas sobre una realidad que ahora mismo escapa al corsé de la definición y de la palabra.
La repintura fluye…

I
Uno es lo que hace con su tiempo libre cuando nadie te está viendo
La primera referencia que me llegó sobre Héctor Onel Guevara (Cienfuegos, 1996) vino de un colega que me dice “tiene buena mano”. Así me lo recomendó para el encargo de pintura, que entonces gestioné. Héctor estaba recién graduado de la Escuela de Arte Benny Moré y, próximo a matricular en la Facultad de Artes Visuales, de la Universidad de las Artes ISA. Luego supe que durante la carrera complejizó su filin por lo pictórico, al punto de declarar una relación enfermiza con este medio. A propósito del mencionado vínculo va la conversa.
Ante todo, ¿por qué es tan intensa tu relación con lo pictórico?
Me gusta pensar en esta carrera como un proceso de aprendizaje que tiene que ver con el lenguaje, con la historia, con la técnica, con las ideas, pero también con una forma de estar presente. Tiene que ver en general con el contexto cubano, un contexto pintoresco, guarachero, inverosímil, dramático y atravesado por la intensidad. Y en particular con el contexto artístico cubano, mi estancia en la Universidad de las Artes (ISA) y la forma en la que abordamos lo artístico entre profesores y amigos. Mis mejores enseñanzas incluyen un alto grado de exigencia en la forma de concebir y defender la obra. Recuerdo discusiones acaloradas donde no tenía más recursos que gruñir como un animal o patalear como un niño. Entre los amigos teníamos una colección de las mejores frases de los profesores: “piedad con el espectador”, “no pierdas de vista ni el polvo que sobra de lo que estés haciendo”, “tú andas con una bandera por encima de la tradición”. Todo esto terminó por ser una búsqueda implacable de la efectividad del lenguaje. Previamente en la academia Benny Moré (Cienfuegos) los profesores me insistieron en el respeto al oficio, a la disciplina, a la técnica y a la tradición. Quizás la intensidad de mi relación con lo pictórico sea consecuencia de todo este aprendizaje y síntoma de mi autoexigencia. En última instancia es un posicionamiento. Creo que se resume a la actividad en la que estoy involucrado. Ahora siento que uno es lo que hace con su tiempo libre cuando nadie te está viendo y en mi caso es pintar.

Has pintado una y otra vez desechos de comida, cabos de cigarrillos, vajillas y hasta el cuerpo de un perro en descomposición. Has llegado a usar la tela como residuo, remanente de acciones que legitimas en tanto que obra ¿Qué provoca este patrón?
Más que patrón es una zona de imágenes que se pudiera ubicar en el género de la naturaleza muerta, el género idóneo para representar el apetito visual como instinto humano, el gusto como elemento visual y los alimentos como fuente de signos. El residuo es la forma de acercarme a lo excesivo, a la resaca, la adicción, los fetiches, la excentricidad, la gula y el extremismo. Entiendo nuestra forma de relacionarnos con los objetos, las imágenes y las demás personas como una extensión de nuestro carácter.
Por eso en primera instancia mi trabajo es residuo de miles de años de civilización, de toda la información visual a la que tenemos acceso, es el remanente de mi forma de pensar y de interactuar con la realidad. En mi trabajo, las imágenes son la forma de crear una situación que modifica el modo de enfrentar el lienzo. Así el modo de representar algo pasa a formar parte de la narrativa de las imágenes y la imagen procesada es la vía para señalar la serie de acciones que la construyen. Mi trabajo ha ido evolucionando naturalmente hacia una zona de inconformidad con mi propio aprendizaje, hacia la destrucción del resultado y la acumulación de arrepentimientos. En mi caso es más importante mi relación con el hecho pictórico que con el motivo. Me interesa la conexión, entre el cuerpo- tiempo de quien produce y quien ve. Es una actividad autoperceptiva que prescinde de las partes y apuesta por el todo. Por lo que, a la larga, es un único proceso que pudiera leerse mejor como gesto que como pintura. Es algo que está en toda obra. Cuando veo cualquier objeto producido por el hombre (se me ocurre un jarrón) me gusta pensar que habla de la alfarería como profesión, de la excelencia como finalidad y es la fe de vida de quien lo hizo. Desde este punto de vista, el objeto más allá de la norma, la funcionalidad o su valor, es el documento de una acción.
Aún hoy respiro esa preocupación expuesta por Barry Schwabsky ―traducido por Omar Camejo― en su texto La pintura en el modo interrogativo. La preocupación que en ocasiones parecen tener los artistas, “por cómo utilizar los materiales, métodos, conceptos o tradiciones pictóricas para hacer una obra que no tenga que ser llamada necesariamente pintura”. Me encantaría conocer tu criterio al respecto, teniendo en cuenta los procesos que vives en La Repintura.
La Repintura es el nombre que le di a los procesos que venía realizando en mi trabajo, una búsqueda dentro del lenguaje de lo pictórico que resultó por ser mi investigación de grado. Estos procesos pasan por el reciclaje, el photoshopeo, la postproducción, la adición y sustracción de imágenes creadas de forma tradicional (óleo sobre lienzo). La obra en la que estoy enfrascado ahora mismo es la acumulación de escenas que son nombradas, documentadas y exhibidas a medida que las doy por concluidas, luego son borradas y sobre la misma tela vuelvo a pintar una nueva. Es un proceso que llevo dos años realizando y contiene trece escenas. Esta investigación parte de la experiencia práctica que genera un criterio teórico, donde, citando a Barry Schwabsky, el qué es emerge del cómo es. La Repintura es una acción consciente, es un suceso pictórico, pero el hecho engloba toda la acción constitutiva previa y posterior. Es una actuación, una postura, un gesto desde la pintura. La superficie es el residuo de una serie de decisiones-acciones, entonces lo que se ve como pintura es también la documentación de una acción performática, y este performance es sobre la representación. A pesar de la concepción general de mi trabajo como gesto, hay una investigación centrada en la hechura, en los elementos que competen a la tradición pictórica y con el tiempo he ido ponderando en función de lo que me interesa comunicar. Es una estructura de poder; ese que ejerce el artista sobre cada aspecto del proceso, el poder sobre el producto artístico, el poder sobre los tiempos de producción, el poder sobre la selección del motivo, el poder de una imagen sobre otra que será eliminada, el poder de construir una imagen que solo será consumida por el artista creador, que será eliminada posteriormente y de cuya existencia solo quedará un archivo digital como registro íntimo del mismo proceso, quizás nostálgico o culpable. La Repintura es una propuesta de arqueología de la imagen, sería como ver un campo de batalla y a través de las capas de información identificar con qué armas y bajo qué preceptos se ha luchado. Donde el espectador (arqueólogo) reconoce que ese terreno esconde más de lo que devela.

Paralelo a tu propuesta individual (atravesada por el óleo/lienzo) compartes autoría con Marlon Riverón en Ups! Un colectivo cuyas piezas son identificables como arte de acción, ¿dialoga esta práctica con tu necesidad de pintar?
Ups! Significó una apertura dentro de mi investigación personal, puedo afirmar que es totalmente opuesto a mi proceso individual y lo más divertido que he hecho en el arte. Lo veo como un complemento a necesidades expresivas de otra índole que me doy el lujo de explorar. Digamos que percibí las limitaciones que tiene mi obra pictórica ante nuevas problemáticas que impone nuestro contexto. Necesidades resumibles en la palabra crisis, en nuestro caso particular una crisis de sentido. Por lo que nos refugiamos en la ficción, en el humor, el juego y todo lo que tuvimos a mano para -de alguna manera- escapar. La sensación de ser tan libre que no eres nada, es algo tentativo para unos muchachones sin más drama que el de la razón. De hecho, se nos han unido varios amigos en estas aventuras, lo que me hace pensar que en algún punto tiene sentido. En una ocasión alguien que respeto como artista me dijo que aprovechara y me equivocara. Esto es algo que con Ups! hemos hecho a lo grande. Un abrazo Marlon.
En 2022 obtuviste la licenciatura en artes visuales y ese mismo año comienzas a residir en Madrid. Dos sucesos con todo el aderezo para ser un parteaguas en tu producción. ¿Funcionó tal cual?
Sin duda significó un cambio para mí, ya sea por el hecho de abandonar el ambiente académico como por el desfase cultural entre Cuba y España y las repercusiones personales que ambos sucesos traen implícitos. Actualmente me encuentro colaborando en el estudio de Carlos Garaicoa (un referente para el arte cubano) donde inevitablemente estoy conociendo otros aspectos que intervienen en la creación y determinan la carrera de un artista, por lo que sigo aprendiendo. Todo este proceso trae muchos cambios, plantea nuevos retos a la producción e incide en la forma de plantearme mi trabajo. Aunque no me siento particularmente especial, creo que todo artista en algún momento necesita adaptarse a nuevas condiciones y su trabajo se ve más o menos afectado según el tipo de obra. Por mi parte estoy enfocado en consolidar La Repintura, que es una investigación que sigue abierta actualmente. Al mismo tiempo no siento apuro por alcanzar resultados prematuros, ni ningún tipo de milagro, simplemente disfruto del placer de ocupar mi tiempo, donde nadie me ve, pintando.
Para terminar [risas], ¿cómo te gustaría ser recomendado ahora?
Me gustaría ser recomendado primero como persona, luego como pintor y por último como artista, pero sobre todo ser recomendable.
Evelynn Álvarez / Artista visual, curadora y pedagoga. Columnista en
Hypermedia Magazine donde coordina la sección CHALLENGES DEL ARTE EMERGENTE

II
Para encontrar el cielo o el infierno
(Apuntes sobre la repintura)
En el año 2005 y en su antigua sede al sur del Támesis, la galería Saatchi presentaba la primera de tres exposiciones consecutivas dedicadas en exclusiva a la pintura. Su título, “El triunfo de la pintura”, dejaba poco espacio a la imaginación y a las interpretaciones ambiguas. En el albor del siglo XXI, Saatchi apostaba por la pintura “como la vía más relevante y vital que eligen los artistas para comunicarse», abandonando así a la generación de creadores como Damien Hirst, Sarah Lucas o Tracey Emin que habían centrado el grueso de sus inversiones desde finales de los años ochenta.
Podríamos decir que la pintura vive en loop, como las crisis. Cada cierto tiempo reaparece alternando optimismo, retroceso y reflexión. Y aquí estamos, en un eterno retorno de desacralización permanente, donde pintar se reivindica antes como tradición que como técnica, más como pensamiento que como forma. En ocasiones, no hay lienzo, ni pinceles, ni pigmentos. Otras veces no es bidimensional y, otras tantas, ya no es ni pintura, sino una idea donde lo único inalterable es el vocablo.
Héctor Onel Guevara participa de este bucle y, al igual que han hecho otros, intenta salvar la pintura de esas muertes anunciadas. Pero lo tiene difícil, su postura es, cuando menos, arriesgada. Hay suficiente pintura en los museos y en todas las colecciones del mundo como para que cualquier espectador pueda pasar el resto de su vida revisando la herencia magnífica e inagotable, legada por ya no sé cuántos milenios de pintura y de pintores. Sin embargo, Héctor merece el beneficio de la duda. Con sus veinte años ha incursionado en varias manifestaciones como el happening o el performance, incluso llegó a formar un dúo, “Ups!”, con el que registró varias acciones en La Habana; pero se considera mayormente pintor.
Su dossier lo corrobora, pues a su corta edad tiene obra en abundancia, como si lo abarcara una suerte de energía desenfrenada hacia el acto de pintar. Hay también una trayectoria andada y desandada por los caminos de este oficio, en la que ha demostrado dominar con soltura los diversos lenguajes pictóricos, desde las nociones más académicas con el dibujo como base, hasta los ismos de finales del siglo XIX y las primeras vanguardias, llegando incluso a coquetear con los códigos de la abstracción. Esto parece una perugrollada, pero respeto merece quienes han estudiado el canon antes de anunciar libertades más elásticas y menos jerárquicas.

Si le preguntas ¿por qué la pintura?, te dirá que “uno es lo que hace en sus ratos libres”, y él, en efecto, pinta, o más bien “repinta”, porque ahí es donde ha descubierto que puede hacer más y mejor. La “repintura” es el resultado de una investigación que Héctor viene desarrollando desde el 2021, pero que es posible rastrear desde más atrás, cuando lo inundó una especial obsesión por representar sucesos sangrientos de perros y cerdos en lienzos superpuestos. Se trata de un término que, a priori, hace referencia a la creación de varias escenas sobre una misma tela, donde cada una sufre un proceso cíclico de pintado, despintado y repintado. Pero no vale con quedarse en la definición literal del procedimiento. Repintar es un enfrentamiento a la propia condición inmanente de la pintura que, al mismo tiempo, refuerza sus principios universales, ya que no existe la repintura si antes no partes de una pintura como base. De modo que, podríamos entender este proceso como una alegoría al propio ciclo de muerte y renacimiento de la pintura y del cuadro como objeto perpetuado en el tiempo.
Como parte de este ejercicio, los temas representados parecieran ser solo un pretexto para el ensayo con la superficie pictórica y su sistemática transformación. Sin embargo, la elección del bodegón y del banquete como motivos predilectos propone una especie de diálogo entre el acto de “repintar” y el propio acto de comer. La temporalidad de la cena como costumbre, desde que es servida la mesa hasta que es degustada, ofrece infinitas posibilidades de representación que luego son empleadas por el artista para construir los escenarios de la repintura. De este modo, el proceso de repintar encierra una ansiedad o impulso comparable a la gula, una suerte de ingestión-digestión que se repite en el tiempo y termina por trastocar sus límites, como proceso vital pero también como suceso pictórico.
Lo que resulta más interesante y a su vez contradictorio es que Héctor, al menos por ahora, ha volcado toda su teoría sobre un solo lienzo. La última vez que vimos la obra fue en la exposición colectiva en el estudio de Michel Pérez Pollo y su título, que es más bien la suma de aquellos títulos de las escenas sobre las que ha repintado, ya ascendía a 13 y abarcaba unos 3 renglones. Aquí se presenta como ha sido enunciado hasta la fecha – aunque la próxima vez que lo veamos quizás no sea ni el mismo título, ni la misma obra:
Senescencia. El templo de las ratas. Ritual Kurk. Nantaymori. Protocolo. El amarillo es repulsivo. Birth Day. After party. La meseta. Luz roja. Vela y huevos. Las fiestas de San Isidro. El coleccionista.
Nos enfrentamos a una pieza que, como espectadores, no sabemos dónde comienza o termina. El artista se convierte por tanto en su público ideal, el único capaz de abarcar la obra en toda su dimensión, mientras que quien mira de afuera solo puede encontrar los residuos tras las capas más frescas de pigmento; trascender la acumulación de escenas y elementos superpuestos para reconstruir los hechos, como si se tratara de un registro casi arqueológico, una suerte de palimpsesto donde se esconde más de lo que se devela.
Hay mucha densidad en la pintura de Héctor Onel, tanto así, que no es necesario un ojo entrenado para diferenciar esas obras con más sedimento pictórico de aquellas que han sido apenas borradas y repintadas. Pero esta densidad que se advierte pasa también por lo representado. La abundancia de la carne, los vestigios de una noche de fiesta, los excesos de un conjunto de reliquias de oro y plata o las texturas de una alfombra persa formulan una realidad que parece escurrirse, abandonarse. Incluso cuando se muestra más figurativo, lo representado semeja estar en modo de descomposición, como si esa densidad permitiera a lo oblicuo, lo absurdo, lo turbio, visceral y seductor convivir en una misma imagen.

Pintura y narrativa están estrechamente relacionadas. A veces asomarse a sus cuadros se parece más a leer que a mirar; más como quien se halla pasando las páginas de un cuento que como quien trata de guardar en la retina una imagen. Su pintura está llena de pequeñas historias que a su vez son guiños a esa precariedad, expectativa y resistencia que implica la propia condición de artista. En cada cuadro logra adentrarse hasta el fondo de lo desconocido para encontrar el cielo o el infierno, ese que buscaba Baudelaire en su himno a la belleza.
Este carácter narrativo queda reforzado a su vez por el plano cenital desde el que Héctor configura las escenas. Este ángulo concede al observador un punto de vista desde las alturas que es poco habitual como recurso pictórico, una mirada a vuelo de pájaro que enfatiza su posición de superioridad. Para lograr esta perspectiva son desechados el caballete y el bastidor y la tela es intervenida directamente desde el suelo. El lienzo pasa a ser un territorio sobre el que el artista pinta, camina, decide, borra y vuelve a pintar. Este proceso de ejecución es casi un performance, uno en el que solo participan el artista y la obra, y que alcanza el instante de catarsis en el momento justo en el que el cuadro es borrado y se dispone para la siguiente escena.
Podría decirse que la repintura encuentra en la filosofía zen un referente inmediato, en tanto parte del principio de la destrucción y resalta su naturaleza transitoria como proceso creativo. Sin embargo, y llegados a este punto, algunas cuestiones llaman mi atención. Si la repintura es una suerte de narración ad infinitum compuesta por escenas superpuestas, ¿cuándo se da por terminada una obra? ¿participarían estas piezas de los mecanismos del mercado del arte? o ¿su fin último es la muerte física, dado el deterioro irreparable de la tela? Más que un callejón sin salidas, estas interrogantes configuran el nuevo punto de partida sobre el que Héctor se posiciona hoy, y con el que esperamos nos sorprenda en los próximos años. A fin de cuentas, tiene una vida por delante, y la pintura, está demostrado, cada cierto tiempo reaparece alternando euforia y reflexión.
Claudia Pérez / crítica de arte y curadora.

III
¿Un contemporáneo?
Recién proponía en las redes sociales una reflexión sobre las prácticas de producción artísticas actuales entre los artistas cubanos. La misma se basaba en un fragmento del texto “¿Qué es lo contemporáneo?” de Giorgio Agamben, que reproduzco: «Pertenece verdaderamente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecua a sus pretensiones y es por ello, en este sentido, inactual; pero, justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, él es capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo.»
A la luz de esta reflexión, en la esfera del arte contemporáneo, el discurso artístico de Héctor Onel Guevara Delgado, ejemplificado en su proyecto «La Repintura», se sitúa en un interesante cruce de caminos entre la tradición y la innovación. Su obra, arraigada en la práctica pictórica, desafía simultáneamente las convenciones establecidas, al tiempo que profundiza en la esencia misma de lo que significa pintar. Esta dualidad refleja una tendencia más amplia en el arte contemporáneo: la búsqueda de nuevos lenguajes expresivos dentro de marcos tradicionales.
La Repintura, como un proceso cíclico de creación y destrucción, resonancia de la pintura, despintura y repintura en una misma tela, es una metáfora poderosa de la constante reinvención y cuestionamiento que define el arte contemporáneo. En este contexto, Héctor no sólo trabaja con pintura como medio, sino que también se sumerge en su ontología, explorando el cómo y el por qué de la pintura.
Esta exploración se alinea con la tendencia contemporánea de cuestionar y deconstruir las prácticas artísticas. El arte contemporáneo se caracteriza por su interés en procesos, en la performatividad, y en la creación de experiencias más que en la producción de objetos estéticos finitos. Héctor Onel captura esta esencia al tratar sus lienzos como documentos vivos, transformándolos continuamente al incorporar el elemento audiovisual que aporta una dimensión temporal y narrativa a su obra.
El contexto sociopolítico cubano, una amalgama de historia, política y desafíos socioeconómicos, juega un papel crucial en la obra de Héctor. Este entorno singular moldea una perspectiva artística que va más allá de la estética, convirtiéndose en un vehículo para el diálogo social y la crítica. La Repintura, con su ciclo de creación, destrucción y recreación, puede interpretarse como una metáfora de los ciclos de cambio y estancamiento en la sociedad cubana, reflejando la naturaleza dinámica y a menudo contradictoria de su evolución.
La experiencia de Guevara en la diáspora, particularmente su traslado a Madrid una vez graduado en 2022 en el ISA, abre un nuevo capítulo en su carrera artística. Esta transición destaca cómo la globalización y la experiencia de la diáspora enriquecen y transforman la práctica artística. Su obra se convierte en un diálogo entre culturas, mostrando la fluidez de la identidad en un mundo interconectado y cómo los artistas cubanos contemporáneos navegan y negocian su lugar en este panorama globalizado.
La interdisciplinariedad en su trabajo se hace evidente a través de su participación en el colectivo ¡Ups! y en el estudio de Carlos Garaicoa, reflejando la importancia de la colaboración y la fusión de medios en el arte contemporáneo cubano. Estas interacciones subrayan cómo el diálogo y la diversidad de perspectivas son cruciales para comprender el panorama artístico actual, caracterizado por su dinamismo y su capacidad para trascender fronteras y medios tradicionales.

Además, su enfoque en temas como la naturaleza muerta y la representación de lo efímero y lo residual, dialoga con preocupaciones contemporáneas sobre la sostenibilidad, el consumismo y la transitoriedad de la existencia. En la era de la hiperproducción y el consumo desenfrenado, su obra invita a la reflexión sobre lo que descartamos y sobre la naturaleza cíclica de la vida y el arte. La utilización de una perspectiva cenital y la desconstrucción del espacio pictórico tradicional reflejan otra dimensión importante del arte contemporáneo: su ruptura con las perspectivas lineales y jerárquicas. Al igual que muchos artistas contemporáneos, Héctor desafía las normas establecidas del espacio y la forma, buscando nuevas maneras de interactuar con el espectador y de conceptualizar el espacio artístico.
Finalmente, la recepción y crítica del trabajo de Guevara, tanto en Cuba como internacionalmente, son aspectos fundamentales para comprender su impacto en el arte contemporáneo. Las reacciones de críticos, el público y la comunidad artística proporcionan una visión más holística de su lugar en la escena contemporánea. Es interesante observar cómo su obra es interpretada y valorada en diferentes contextos culturales, lo que refleja la naturaleza cambiante y globalizada del arte contemporáneo. A través de su enfoque innovador en la pintura, Héctor Onel Guevara no solo cuestiona y expande los límites de este medio tradicional, sino que también dialoga con temas y preocupaciones centrales de nuestro tiempo, mostrando así la vitalidad y la relevancia continua de la pintura en el arte contemporáneo cubano. Su obra se convierte en un espejo que refleja tanto las especificidades de su contexto cultural como las tendencias globales del arte contemporáneo, destacando la interconexión entre lo local y lo global, lo personal y lo colectivo.
Héctor Onel Guevara y «La Repintura», representa la esencia de lo que Agamben define como contemporáneo. Su arte, arraigado en la cultura cubana y enriquecido por experiencias globales, destaca en el diálogo continuo del arte contemporáneo cubano con su legado cultural y su apertura a nuevas formas y discursos.
Pedro E. Rizo / bloguero y analista de mercado del arte cubano
@thecubanartobserver
Verdaderamente pienso que La Repintura en Héctor Onel Guevara Delgado es un hecho artístico insólito que marcará siempre un antes y un después. Las potencialidades creativas de cada obra en sí constituyen un perenne viaje en el tiempo. Con el paso del tiempo lamentaremos no haber apreciado y atesorado conscientemente al menos una de sus creaciones pues sería cuando menos la posesión de un instante del decursar de la historia.