Continuamos con nuestro espacio Instagram: mis lances amatorios. Una cita en la que disfruto cruzar miradas críticas de muy distinto orden y perspectiva en beneficio de la libertad (y de la arbitrariedad) de los juicios de valor. Pasen y lean…
Ups__group
Llevo días observando el que seguramente sea uno de los proyectos más interesantes del arte cubano de los dos últimos años. Se trata de “Mover algo de lugar lo hace nuevo”, del colectivo @ups__group, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, en La Habana. Frente a ese impulso rancio y deliberadamente mediocre que cultivan tantos artistas en su afán por “llenar” el cubo blanco, la movilidad del gesto de este colectivo me ha resultado fascinante. La idea de que un mínimo cambio gestione la novedad de algo y se presente entonces renovado, no deja de ser una jugarreta tan pueril como soberbia. Sin embargo, en manos de estos artistas se me antoja una operatoria bastante lúcida, con sobradas implicaciones políticas y culturales. Ya el nombre del colectivo es de una audacia e ironía sustanciales. Tanto si se entiende como una empresa de transporte de paquetes o como Sistema de Alimentación Ininterrumpida, el caso es que ambas acepciones de significados y de sentidos, resultan tremendamente sintomáticas y conflictivas de cara a las dinámicas internas (y perversas) del contexto cubano. Entre el nombre por una parte y las acciones de otra, se orquesta un itinerario de intenciones y de digresiones conceptuales muy acertado. El proyecto, e insisto en el término más que en el de exposición, asume el hecho estético y curatorial como la resultante de un proceso o de un acontecer programático. Lo que se presuponía una exposición al uso, se convierte en un gesto performático que afirma la propia voluntad transformadora del arte. Se produce así un claro desplazamiento de la idea tradicional en torno a la exposición y a la curaduría en beneficio de una movilidad siempre cambiante y siempre expectante. Algo que no deja de ser la mayor de las ironías y de las contradicciones respecto de un país cuya circunstancia maldita no es el agua por todas partes, sino su eterna parálisis.
Ilana Savdie
En apariencia y sólo en apariencia, la obra de la artista colombiana Ilana Savdie podría confundirse con un tipo de ensayo hedonista con asentamiento fijo en el orden retiniano. Sin embargo, basta con una observación (mal)intencionada sobre la superficie de su pintura, sus performances y sus sillas-objetos para advertir la virulencia de un poderoso gesto subversivo y desestabilizador respecto del sistema heteronormativo, patriarcal y binario. La obra de Ilana, a diferencia de otras artistas que prefieren la confrontación directa, asume la seducción en tanto que arma arrojadiza y mecanismo de persuasión/perversión.
De hecho, no creo equivocarme al afirmar que su pintura es esencialmente performática y corporal. Se intuye de su observación pormenorizada una fortísima relación entre la espesura de sus lienzos y el desdoblamiento corporal latente. El comentario crítico y los elementos disruptivos están en la base de todo su imaginario. No por gusto dijo la artista “me encanta la burla como forma de protesta”. Las nociones de lo carnavalesco, de lo híbrido, de lo mestizo y de lo contagioso, articulan, en mucho, el escenario de sus prefiguraciones estéticas. La referencia a la cultura queer se explicita, en gran medida, en ese colorido desbordante y casi siempre brillante que inunda cada lienzo. La superficie se convierte, así, en una suerte de epifanía, de celebración de lo diferente y desigual.
La idea de un barroco latinoamericano como espacio rico en tropologías y digresiones de la norma, se concretiza en la arquitectura de estas obras convertidas en el ejercicio de afirmación, empoderamiento y resistencia.
Arnolkis Turro
¿Cómo sobrevivir al infierno si no fuera por el amor incondicional y confesable hacia lo que hacemos? Creo que a Arnolkis le ocurre lo que a mí con la escritura. No sabemos hacer otra cosa, nos debemos en cuerpo y alma al vértigo de la creación, a esa llama que redime y que también mata. Su obra, me temo, es una huella, una gran huella, una suerte de tatuaje que expone la identidad cubista y poliédrica de lo que somos. En ella se resuelven los lineamientos indóciles de múltiples cartografías irreverentes y superpuestas. La luz del Caribe ilumina una y otra vez la hechura (y la textura) de sus espléndidas superficies. Todo parece arder en un fuego de pasiones como sucede en la letra de cualquier bolero. El contraste se convierte así en perturbación deseosa, en búsqueda y extravío al mismo tiempo.
Las composiciones pulsan el ritmo de lo barroco y asisten al encuentro de realidades (i)reconocibles que, por otra parte, resultan demasiado cercanas. La sublimación y estilización de la realidad es, en beneficio suyo, un acto de resistencia estética. El entusiasmo ecuménico de su pintura resguarda los valores del arte y adiestra a los que miran guiados por el afán de comprender un poco (o nada) de este raro mundo que hunde sus raíces en lo cosmogónico y en lo telúrico.
Inés Longevial
Me encanta la pintura de Inés Longevial. Su gracilidad y su transparencia me resultan poderosamente atractivas. Siento que su pintura es de una honestidad absoluta. Inés relata momentos de la vida sin apelaciones grandilocuentes ni ademanes reactivos. Es narración pura y dura. Su operatoria estética me recuerda esa fabulosa letra de Fangoria que dice “no quiero más dramas en mi vida, solo comedias entretenidas, así que no me vengas con historias de celos, llantos y tragedias…” Sus imágenes son refrescantes y libres de ataduras.
En ellas se condensa la vida al pasar, en sus rutinas y rituales. No quiero hablar de corrientes artísticas, escuelas o estilos al referirme a su pintura. Queda claro que el arte y la vida rebasan cualquier etiqueta. Qué lástima produce cuando, precisamente algunos, no saben vivir sin las etiquetas o se deben a ellas desde la sumisión o desde la ignorancia. El arte es libre: tiene la responsabilidad y la obligación de ser libre. La pintura de Inés es soberana en este sentido. Se libra, con audacia extrema, de toda tiranía categorial-nominativa. Sus escenarios son feministas y femeninos por fuerza. Casi siempre, o siempre, la mujer es el centro de atención de todas las miradas. Sus rituales y sus espacios de realización se convierten, así, en el pretexto de esta pintura.

Frank Martínez
La obra de Frank Martínez es un acontecimiento excepcional en el contexto de la nueva pintura cubana. Si existe un pintor de lo imposible y un atrevido capaz de llamar Hipotermia (en medio del calor de la isla) a una de sus series, ese es él. Frank se posiciona en el centro de todo tipo de paradojas y construye una realidad paralela a ese mismo mundo real que vive el cubano. Sus imágenes resultan auténticas radiografías de la contradicción. Ellas son depositarias del humor y de la ironía en tanto recursos que permiten sobrevivir al drama. Sobre el contenido de sus imágenes y la densidad semántica que las envuelve, nos habla el crítico – también cubano- Manuel Calviño. Aprovecho esta nueva entrada de La Comarca, en PAC, para presentar el trabajo de ambos. No deja de ser una ironía que este texto y estas imágenes se publiquen en medio de esta terrible ola de calor. La vida manda.
Diego Mouro
La pintura de Diego Mouro es un grito antropológico en toda regla. En ella se “reproduce” el sentir de una cultura, de un continente, de una época. Hablo de una pintura cárnica, muscular, orgánica, poderosa en su hechura y en su extensión. Una pintura que no se contenta con los formatos clásicos y que se salta,
con una elocuencia fuera de serie, cualquier etiqueta. Y no por ello su actitud implica una militancia temporal en las filas de la desobediencia, pero sí que gana un lugar expedito en el orden de la conciencia postcolonial, racial y cultural de la era contemporánea. Valdría referir en su caso la idea de la disolución de toda jerarquía y el cuestionamiento de los legados excluyentes. El exotismo no es el fin de esta pintura. Para subrayar esa tesis basada en la “sed de otredad” ya están los nuevos medradores y usureros del discurso poscolonial que se ven a sí mismo como “fundadores” de axiologías. Al final, qué duda cabe, estos últimos no hacen sino responder a los enunciados centrales desde la sumisión, la obediencia y la
sujeción al contrato social favorable. Diego es, como yo, un tránsfuga. Su obra conecta con la tradición crítica del arte latinoamericano y expone las venas de lo real, a través de un muralismo tan pertinente como conflictivo. El dolor continental (y también la epifanía), justifica la gramática de sus prefiguraciones estéticas enfocadas a la evidencia. Lo he dicho en otras ocasiones y lo reitero ahora, Latinoamérica está harta de Almodóvares latinos, de agoreros que reproducen el tic y la norma dramática de ser o no ser.
Muy pronto, en España, la obra de este artista eclipsará los muros de una historia que finge la aceptación y amenaza -aún- con la “conversión”.
Cristóbal Tabares
“Cada proyecto es una batalla y no siempre gano yo”. El crédito de esta afirmación lapidaria, así como su honestidad inexcusable, corresponden al artista canario Cristóbal Tabares. Hace muchos años que conozco a este relator/productor de imágenes y de metáforas más o menos cifradas; sin embargo, nunca antes (que yo recuerde) había escrito sobre él. Luego le perdí la pista y ahora lo descubro nuevamente por este mismo medio cumpliendo la sentencia de que los guapos siempre aparecen. Flirteos aparte, debo señalar que su pintura es un ejercicio de auscultación en esa musculatura que se cultiva en las transacciones del consumo, el fetichismo y la plusvalía del mundo contemporáneo. Pero es, más allá de esta observación, es espacio fértil para el divertimento y el placer que solo pueden generar la estética camp y el poderío del imaginario kitsch. Alguien escribió alguna vez que los estilos mueren mientras que el kitsch hace gala de su inmortalidad. Basta con husmear en el repertorio de su obra para advertir la audacia de esta afirmación anterior. La obra de Cristóbal es tremendamente atractiva porque no es, en modo alguno, pretenciosa; es, al contrario, muy honesta y transparente en sus proposiciones conceptuales y en sus prefiguraciones estéticas.
Su visualidad se asienta sobre el efecto icónico de ciertas figuras, situaciones y procesos que sirven al artista para hablar acerca de los perfiles del mundo contemporáneo. A la frivolidad latente y aparente de sus imágenes hay que sumar, por rigor, la apertura a discusiones de índole cultural, sexual y política que están contenidas en el epicentro de su narración pictórica. Junto con ello advierto también la voz de un poderoso erotismo en el juego de esas contracciones y ajustes entre la cultura popular, las prácticas de consumo y el espíritu carnavalesco que designa el espacio periférico…
Etiquetas: Andrés Isaac Santana, Instagram, La Comarca Last modified: 8 septiembre, 2023