Toda pintura es un hecho: las pinturas están cargadas con su propia presencia.
Andy Warhol
Sin duda, mucha gente percibirá un crecimiento exponencial de la pintura luego de tantas y tan absurdas defunciones. Y ello es así porque, a pesar del frondoso ejército de enterradores y de sepultureros, ella sigue más viva que nunca. Habita, con fruición delirante, los espacios institucionales del arte y arbitra los escarceos fronterizos con el mercado. La pintura, bien lo sabe un tipo como Miguel Bravo, no ha dejado nunca de sorprender a las personas de gusto serio y refinado. En ella, en la doblez de su superficie y en la espesura de su horizonte connotativo, se condensan las aspiraciones estéticas de muchos. Por más que se desee su muerte, por mucho que se le presuma un lenguaje retrasado dentro del panteón de las nuevas prácticas artísticas, la pintura exhibe, con una desfachatez escandalosa, su enorme capacidad de reinventarse. Si pudiera hablarse de una subjetividad traviste en el contexto de los lenguajes tradicionales del arte, esa sería la pintura. Esta última hace alarde de sus infinitas formas de alternar respecto de su propia identidad y a propósito del amplísimo repertorio de sus vestimentas. Ni por un momento ha abandonado su condición retórica y su elocuencia a la hora de dispensar metáforas. La obstinación y la locura le asisten, sabiéndose ella (a sí misma) una gran triunfadora frente al concierto de las adversidades y los descréditos.


El interés de Miguel Bravo por la pintura certifica, más si cabe, la pertinencia de ésta a la hora de acreditar formas múltiples de lenguaje y de estilos de vida. No tengo duda alguna acerca de que Miguel vive para la pintura, se debe a ella, abdica ante ella en una suerte de ritual erótico en el que el encuentro y la proximidad con el objeto díscolo del deseo, revela la gramática de un gesto de amor y de una pasión denodada. Ello no significa, entiéndase bien, que su obra responda solo, o únicamente, a un impulso hormonal. Muy por el contrario, se debe, en gran medida, al seguimiento premeditado de una clarísima intensión intelectual y a la investigación sobre la naturaleza del color. Miguel ha razonado en profundidad acerca de la pintura, no solo como hecho estético, sino también como acontecimiento retórico.


Tintar la piel, su más reciente trabajo, expuesto actualmente en Casa de Cantabria en Madrid, se organiza sobre la arquitectura del color y la ampliación expedita de sus argumentos. Tanto es así que el propio artista asegura, en extenso, que “este trabajo surge del estudio de diversos tratados de la “Teoría del color” y de movimientos artísticos americanos de mediados del siglo XX. El protagonista sigue siendo el color; explorando su expresividad, sus relaciones. En el desarrollo de trabajo, la pintura se desliza por el lienzo a través de los campos de color expandido, fluye en límites diluidos y cubre espacios más o menos controlados. Se trata de explorar una relación de tensión o equilibrio, de profundidad y fuerza en las superposiciones. También aparecen algunas formaciones geométricas, con el fin de conseguir sensación espacial de profundidad. En el proceso, el azar da paso a un posterior procedimiento de control, siempre buscando el encuentro con lo esencial. El conjunto de las obras parte desde una técnica común y camina hacia un mismo objetivo expresivo. Aun así, apreciamos diversos matices fruto de la exploración de distintas posibilidades. Se trata de que la relación de tonos en el espacio, su disposición en él, las superposiciones y veladuras consigan transmitir distintas sensaciones al espectador que, según sus códigos elaborados a través de la cultura, la tradición y su propia experiencia, le puedan evocar diversas emociones (…)”.


Nótese que la inflexión no recae sólo en lo formal si bien es cierto que su voz redunda en ese cosmos circunscrito. Sin embargo, debo subrayar, que sus afirmaciones alcanzan la esfera de la experiencia perceptiva y su anclaje en el hábito cultural de mirar y de ver, de observar y de ser observado. Ya sabemos que toda pintura, que toda superficie enfática, que todo hecho pictórico, que toda construcción discursiva y simbólica, responde a las demandas de una experiencia cultural y de unas expectativas acuciantes. Por tal motivo, cualquier debate en torno a su pintura debe considerar la relatividad de las estructuras del gusto y lo vulnerable (y falible) de los juicos de valor. En cualquier caso, habría que señalar que su pintura no responde nunca al empeño reproductor, a la iniciativa testimonial o a la abdicación frente a los hechos venidos de fuera. Estas premisas jamás formaron parte de las intenciones de este artista. Muy lejos de ello las obras de Bravo se ubican en una encrucijada epistémica más compleja y que apunta a esa necesidad de desterrar del campo de la abstracción la burda ideología que comulga en señalar a la pintura abstracta como un espacio de baja significación. Miguel Bravo es un artista, lo dije antes y lo reitero ahora, dependiente del color. Su obra pictórica es, con mucho, un gesto enfático per se.
Etiquetas: La Comarca, Miguel Bravo Last modified: 5 septiembre, 2024