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Written by: Exposiciones Madrid

El tiempo es mudo, retrospectiva de Mario Merz en el Palacio de Velázquez

El Museo Reina Sofía presenta la retrospectiva más completa realizada en España hasta la fecha dedicada al artista Mario Merz (Milán, 1925 – 2003). Organizada en colaboración con la Fundazione Merz, El tiempo es mudo ofrece un recorrido por las distintas vertientes del trabajo de Merz a través de una selección de más de medio centenar de piezas que atraviesan toda su trayectoria: desde sus primeras obras abstractas de los años 50, hasta las últimas de los 90. Procedentes de instituciones como la Tate Modern de Londres, el Centro Pompidou de París, el Kuntsmuseum Wolsburg y numerosas colecciones particulares, la muestra pretende revisitar, tanto los motivos y artefactos artísticos que le dieron celebridad, como las propuestas menos conocidas que realizó en sus inicios y en los últimos años de su trayectoria.
 Mario Merz es una figura clave para entender las derivas experimentadas por el arte europeo en la segunda mitad del siglo XX, y estuvo vinculado al arte povera, movimiento que abogaba por la utilización de materiales “pobres” provenientes de la naturaleza o de los desechos de la sociedad de consumo. Pintor, escultor y artista de performances e instalaciones, participó en este movimiento artístico junto a otros creadores como Giovanni Anselmo, Enrico Castellani, Luciano Fabro, Lucio Fontana, Jannis Kounellis, Giulio Paolini, Pino Pascali, Giuseppe Penone, Michelangelo Pistoletto y Marisa Merz, esposa de Mario y la única mujer del movimiento.
El grupo, que utilizaba materiales y técnicas poco convencionales, hizo las veces de contramovimiento ante la sofisticación, la intelectualización, la abstracción y la estetización industrial y tecnológica emergentes en el arte estadounidense de la época y la pujanza del Minimal. Merz, al igual que los otros artistas povera, recurre a materiales y objetos reciclados, tanto de origen orgánico (arena, barro, cera, ramas, carbón…), como provenientes de la cultura industrial y del consumo (baldosas, cristales, neones, alambres, periódicos…) para llevar a cabo sus pinturas, esculturas o instalaciones.
Después del desastre humano y moral que supuso la Segunda Guerra Mundial, los artistas europeos estaban desilusionados y aspiraban a adentrarse en una auténtica realidad social, dejando a un lado la estetización, la abstracción o la idealización que había prevalecido en una parte importante del arte de vanguardia. En Merz el uso de materiales precarios (cartas, envoltorios de comida, etc.) tuvo origen durante su encarcelamiento en 1945, cuando militó en el grupo de resistencia antifascista “Giustizia e Libertá”. Las intenciones estéticas y la idea de lo bello” se sustituyeron por las preocupaciones existenciales y filosóficas que se planteaba el nuevo individuo y que tuvieron un amplio eco. Esta nueva postura realista adoptó formas e ideas variadas en la literatura, el cine, las artes plásticas y la arquitectura. En las artes visuales italianas, a partir de mediados de la década de los setenta, el arte povera, que congregaba a artistas de distintas ciudades (Milán, Roma, Génova, Venecia, Nápoles y Bolonia), representó un movimiento de motivaciones sociales, culturales y políticas alejadas de los valores y la estética elitistas que había marcado la gran tradición historicista desde el Renacimiento.

Merz construyó una obra conceptualmente rigurosa y de gran potencia poética e iconográfica, en la que planteaba una crítica a la modernidad industrial y consumista. Lo hacía desde la convicción de que ésta, con su afán acumulador, alejaba al ser humano de los espacios naturales, empujándolo a una vida alienada de la que se había desterrado la conciencia de lo colectivo y la posibilidad de establecer un vínculo afectivo, no meramente instrumental, con el entorno.

La exposición bascula sobre dos grandes ejes. Por un lado, la idea de Mario Merz de querer conectar de nuevo al individuo que ha estado alienado por el consumismo, la producción masiva en cadena y el capital, con la naturaleza. Su obra rechaza la deriva consumista de la sociedad contemporánea y tiene la necesidad de reconectar con experiencias humanas esenciales, como las de construir y habitar. Merz crea obras en las que prevalece la observación. Se apropia de un imaginario e iconografía prehistórica, que está fuera de la sociedad en la que vivimos, y que se desarrolla en un tiempo pasado que esta fuera de nuestro contexto.

La otra idea clave que se vislumbra en la exposición pretende contextualizar el trabajo de Merz dentro de su periodo histórico. Esa lectura se entronca con la corriente del povera de los años 60, que comienza siendo un discurso de protesta y denuncia con obras que critican la Guerra de Vietnan, reflejan las protestas francesas de mayo del 68, los incidentes de la Primavera de Praga o las grandes huelgas de los obreros y los estudiantes en Italia. Es un artista que, sin hacer un discurso de denuncia explícito, se siente preocupado por lo que sucede a su alrededor.

Las creaciones artísticas de Merz más características y reconocibles son sus innumerables variaciones de la estructura de la cabaña arcaica y el iglú, con su forma abovedada. Son construcciones que evocan toda una serie de referencias y recuerdos de las cabañas primitivas de los inicios de la historia humana, además de habitáculos temporales y proyectos utópicos del mundo posindustrial. Estas creaciones recuerdan a los inicios de la arquitectura y la historia de las construcciones indígenas, que siguen levantándose y utilizándose en distintas partes del mundo. Los iglúes de Merz no se construyen con nieve, sino con desperdicios y material encontrado del mundo industrial, por lo general vidrio. Algunos de los iglús más representativos de su trabajo se pueden ver en la exposición: el Igloo di Giap (Iglú de Giap, 1968), en cuya cúpula se inserta una frase del general y estratega militar norvietnamita Võ Nguyên Giáp: “se il nemico si concentra perde terreno se si disperde perde forza” (si el enemigo se concentra, pierde terreno, si se dispersa, pierde su fuerza); el Igloo, Tenda di Gheddafi, (Iglú, Tienda de Gadafi 1968-1981) o La goccia d’acqua (La gota de agua, 1987) obra que concentra casi toda la esencia del arte povera en general y del suyo en particular: la luz, el agua, el metal, el vidrio.
Mario Merz recurre con frecuencia para sus trabajos a las luces de neón, que, con su aspecto frio y tecnológico, contrastan con la pobreza del resto de los materiales que usaba el artista. El neón es un recurso esencial de la publicidad y el progreso, en contraposición a esos otros elementos de un mundo arcaico y primitivo. Ejemplos son las obras Che fare? (¿Qué hacer?, 1968), o Sciopero generale azione política relativa proclamata relativamente all’arte (Acción política de huelga general proclamada en relación con el arte, 1970).

La recreación de las figuras de animales de reminiscencias prehistóricas con las que Merz pretendía regresar a un tiempo y a un espacio míticos, están representadas en obras como Rinoceronte (1979) o Piccolo caimano (Caimán pequeño, 1979).  Otra idea que asoma en trabajos como Noi giriamo intorno alle case o le case girano intorno a noi? (¿Las casas giran a nuestro alrededor, o giramos nosotros alrededor de las casas?, 1982) o Casa sulla foresta (Casa en el bosque, 1989), es la referida a que todo ese proceso industrial y de consumo había transformado el hogar en una prolongación del espacio laboral. Senza titolo (Sin título, 1984) muestra otro de los motivos artísticos recurrentes en la obra de Merz: los conos y las formas de lanzas alusivas al movimiento y a la trayectoria de un desplazamiento. La obra está realizada sobre una tela pegada a un trozo de madera de grandes dimensiones que formaba parte de los muros del estudio del artista. Allí pintó y garabateó esta pieza, hasta que un día fue arrancada de la pared y adquirió una condición nómada.Un elemento que desempeña un papel clave en la obra de Merz es la mesa, que le interesaba por la amplitud de significados: sirve para reunirse y celebrar, para comer, como espacio de trabajo, como sitio de intimidad, de conversación…Una tabla a la que se le añaden patas y es convertida en mesa resume la metodología povera en la obra de Merz, donde los materiales más sencillos encontrados a nuestro alrededor devienen en arte a través de una mirada que los poetiza y les confiere valor estético.

Las pinturas e instalaciones que realiza con mesas dispuestas o representadas en forma de espiral son una de las variaciones del prolífico trabajo de creación e investigación artística que Mario Merz llevó a cabo en torno a la llamada sucesión de Fibonacci (Per i Tavoli [Para las mesas, 1974]; Tavolo a spirale [Mesa en espiral, 1989]). Introducida por el matemático italiano Leonardo de Pisa (1170-1241), es una serie infinita de números naturales en la que cada uno de ellos es la suma de los dos que le preceden: 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34…Esta fórmula matemática describe un modelo de crecimiento recurrente en el mundo biológico (conchas marinas, ramas y hojas de árboles, plantas, etc.), y desde su descubrimiento en el siglo XIII ha sido ampliamente utilizada en los ámbitos de la ciencia y el arte. La fascinación casi obsesiva que Merz sentía por ella radica en la posibilidad que esta brinda para explicar y representar fenómenos biológicos, físicos, políticos y sociales de gran complejidad. Esa progresión numérica desde un individuo a la colectividad en un contexto social se puede apreciar en Fibonacci Napoli (Fabbrica a San Giovanni a Teduccio) [Fibonacci Nápoles (Fábrica en San Giovanni a Teduccio), 1971]. Obras como esta, que el artista realizó con los trabajadores de una fábrica napolitana en el sur de Italia, contribuyen a situar la dimensión política del discurso de Merz, que no era ajeno a las urgencias del contexto histórico que le tocó vivir en la industrializada Turín y el norte de Italia entre los años 1960 y 1970.
Fechas: Hasta el 29 de marzo de 2020
Lugar: Palacio de Velázquez, El Retiro, Madrid
Etiquetas: , , , , Last modified: 14 octubre, 2019