Aprovecho esta entrada en 2023 para presentar a los lectores de PAC el universo simbólico y la narrativa estética de la que seguramente sea una de las mejores artistas españolas del momento. Se trata de Susana Guerrero, una auténtica amazona de armas tomar, una mujer rabiosamente bella y una artista contundente y total. El saber mitológico, la reafirmación vital del sujeto femenino, la restitución de lo escultórico en su llamado campo expandido, la consagración de lo emocional como sustrato de la obra y la visceralidad de la mirada en el trato directo con esa aspereza del mundo que nos rodea, parecen ser, entre otros muchos, los signos más recurrentes en el contexto dialógico e interpelante que define la obra de esta artista. Habita en ella una poderosa necesidad de recuperación del acervo cultural que se asienta en la manualidad, las visiones cosmogónicas y los mitos, para traducir todo aquello en una obra en la que la belleza no está reñida con la densidad del comentario crítico y el alcance humanista. Sus características estructurales y su ámbito narrativo le colocan, a no dudarlo, en un sitio referencial sobre el que el pensamiento crítico de turno debería volver de una manera más reposada.
Acerca del valor y de la legitimidad de su relato ya han escrito largo. Aquí, apenas, una remisión a algunas de estas miradas críticas. En mi caso, y luego de muchos años en el oficio, solo puedo decir que he aprendido algo: si la emoción me embarga, es que algo bueno lo provoca. Su obra, sin discusión, me emociona. Eso me basta.
Pasen y lean.

I
En la meticulosa obra de Susana Guerrero el mal es parte de una persistente obra de amor. Si para Žižek el amor es «un acto extremadamente violento» destinado a restaurar el «desequilibrio cósmico», hasta el punto de convertirse «en un sentido bastante formal» en algo maligno, en el universo mitópico de Susana Guerrero, armado de dualismos y máscaras, el mal parece ser, en un impulso binario primordial, una forma siniestra de representación del amor alimentada por las mismas fuentes de afecto. Mal que en Susana Guerrero incluye también, en una especie de progresiva automutilación u odio propio, la necesidad de deshacerse de su piel, purgar, limpiar y liberarse de toda maldad, purificando sus intestinos y exponiendo sus órganos vitales. El odio como opuesto reconciliado del amor, ya que, como escribió Lacan, “no conocer el odio es al final tampoco conocer el amor de ninguna manera», porque «no hay amor sin odio».
La obra de Susana Guerrero, como escribí sobre su primera exposición individual en Nueva York, “se inscribe dentro de esa línea del arte contemporáneo que, afincada en la estética posmoderna, persigue una relectura del proyecto moderno, cuestionando su agotamiento, exprimiendo esa rebanada simbólica que aún produce inquietantes metáforas visuales. Su obra marcadamente reactiva, centrifuga fragmentos, acopla piezas, rompiendo los límites de los diferentes y hasta antagónicos materiales, para crear artefactos e instalaciones que ha bautizado como mitopías: estructuras híbridas instaladas en una encrucijada entre la mitología y la utopía, entre lo industrial y lo artesanal, entre el arte como reproducción serial y obra singular”.
Pero las mitopías de Susana Guerrero no son mitologías aleatorias, ni un ingenioso juego de palabras, sino un acuerdo poderoso entre dos narrativas históricas y políticas en el cruce de sus cartografías simbólicas. Una que alude a los orígenes, nuestra tendencia a mitificar los recuerdos y el pasado, mientras la otra apunta a nuestra propensión a idealizar el futuro. Siendo el presente, al parecer, el único territorio en el que se consigue cierto pragmatismo visual.

Como mitóloga, Guerrero, en una suerte de arqueología emocional, las recupera por fragmentos, reinventa el mito, «cura sus heridas con mirra (simbolizada por lenguas rojas de cerámica), reinterpretando la leyenda y escenificándola en un nuevo escenario visual, en el que “la vida brota de sus cabezas y sus bocas mientras la muerte le cede el camino a la vida”. Estas heroínas-víctimas son representadas en las instalaciones posmodernas de Guerrero “protegidas siempre por su aliento, su espíritu alimentando sus gritos como llamas ardientes”. Pero Guerrero es una mitóloga muy particular, que opera de una manera muy diferente a la descrita por Barthes. En lugar de «ser excluida. Justificada por la dimensión política (…) de mantenerse incluso alejada” del mito, viviendo su “acción revolucionaria solo indirectamente”, Guerrero está totalmente inmersa en el mito, respirando con su narrativa, somatizándolo, entrelazando esos episodios con su experiencia propia. Por eso, más que volver a contar el mito, lo restaura, creando armaduras protectoras, reconstruyendo sus órganos y extremidades, reconectando esas partes desgarradas, dándoles un nuevo marco y estructura, también simbólicamente, en su nueva encarnación.
En el tránsito de la que me gustaría creer es la última etapa del patriarcado universal, hacia el desarrollo de sociedades más inclusivas e igualitarias, el arte de Susana Guerrero resuena con pertinente sincronía de manera perspicaz, ingeniosa y potente, destacando la sensibilidad femenina y las sutiles contradicciones de sus dinámicas de identidad, y denunciando, además, la victimización histórica y el abuso de género que se reflejan en el contrabando transhistórico y pancultural y la homologación de los códigos universales del mal y el pecado, mientras al mismo tiempo continua siendo equivalente universal de tálamo, recipiente y matriz de la vida.
La práctica artística de Susana Guerrero es en gran medida representación visual de este territorio imaginario mapeado por la superposición de las esferas privada y pública, aunque esta condición performativa no siempre aparezca integrada de manera explícita o consciente en la mayoría de sus obras. Pero, ya sea en la repetición caligráfica compulsiva, al elaborar un abrigo con las aleluyas recolectadas durante diez años en las procesiones religiosas, o fabricando una armadura recubierta con las espinas recogidas en el Palmeral de Elche, todas sus piezas están infundidas y estructuradas por ese estado pre-ritual de ambigüedad y fluidez creativa liminar en la que se producen todos los mitos y utopías de identidad y género, y en la que Susana Guerrero descubre, una y otra vez, “su propia profunda y antigua sed”.
Joaquín Badajoz.
Crítico de arte, curador, ensayista y poeta.

II
Bata de cola. La salida es una obra compleja que funciona como metáfora visual del parto. Susana Guerrero trata la maternidad. Un proceso físico que la artista describe tal y como ella misma lo ha vivido, a través de una escultura compuesta de una estructura de alambre que semeja el alma de un corsé y un cuerpo interior estirado a modo de bata de cola o vestido largo interminable. Guerrero enfrenta dos realidades: un cuerpo-óseo estructuralmente dibujado en el aire con latón, un material metálico muy flexible, la misma cualidad que una mujer descubre en su propio cuerpo que adapta mil formas durante el proceso de la maternidad y el parto. Un cuerpo-recinto dúctil que se enfrenta en Bata de cola a la dureza de los cables eléctricos, cables de plástico de gran calibre con interior de cobre, que han sido tejidos con agujas de molde para conformar esa bata de cola pesada y rígida figurando el camino del parto, un violento final, poético y emocionante, pero siempre inevitablemente violento. La artista practica un arte visceral propiamente dicho. Las obras de Susana Guerrero funcionan como una mesa de disección y ella, como médico forense, esparce sobre la mesa cada uno de los órganos del cuerpo sin separarlos de las venas y arterias, y los reconstruye. Bata de cola. La salida es un cuerpo de mujer con la forma de un vestido o un vestido que se trasviste en cuerpo que reconocemos por los atributos de un vestido.
Susana Guerrero se sumerge aquí en el culto ancestral de la mujer madre, diosa fértil con el poder de otorgar vida; también de quitarla. Mujeres que la acompañan a cada paso de su experiencia personal: guerreras descuartizadas, santas decapitadas, desolladas, desmembradas…, que se sobreponen a las torturas y las convierten en fuente de fuerza y poder. La artista parece rodeada de un mundo muy rico poblado de seres extraños, de mitos clásicos y de nuevos mitos que ella misma inventa y reinventa, de imágenes extremadamente poderosas que la van protegiendo o liberando a cada momento. Incluso su propia vida cotidiana se convierte en una colección de rituales a los que Guerrero otorga una gran carga simbólica mientras los utiliza como proceso de conocimiento y descubrimiento de la realidad y de ella misma. En su hacer utiliza siempre con gran libertad de hibridación los materiales, artificiales o naturales, orgánicos y tecnológicos, sin esconder su origen ni la carga poética y simbólica que conllevan: cactus, algodón, pencas de agave, latón, hojas de palmera, alabastro, maíz, espinas, petardos, guindas, fieltro, goma, cerámica, oro… extraños y sorprendentes, alejados de la práctica artística que la artista cuida desde el detalle. La misma recolección de estos materiales es un ritual que se incorpora a las piezas, tanto como su manipulación y el proceso de construcción. Sorprende en ella la gran variedad de formatos artísticos: la cerámica, el grabado, lo textil o el dibujo, la escultura y la instalación. El trabajo de Susana Guerrero es complejo. Sus metáforas visuales parten de la mezcla cultural extraña que produce la mitología grecolatina, la religión azteca, los mitos populares, los sueños, los exorcismos, la intuición o la superstición. Apropiándose de narraciones míticas, de tradiciones y leyendas, de rituales iniciáticos, Susana se mueve siempre en territorio sagrado, construyendo mitopías muchas veces surrealistas. En perspectiva, sus obras siempre son autobiográficas y aparecen como una sinfonía del imaginario femenino que sufre dolor, sin duda, pero tremendamente poderoso y lleno de vida, preparado para defenderse ella misma y los suyos, de cualquier peligro.
Rosa María Castells.
Conservadora y responsable de colecciones del MACA Museo de Arte Contemporáneo de Alicante.

III
En la manera de entender y de vivenciar la experiencia estética y de construir discurso artístico, Susana no se permite diferenciar ni separar su propia experiencia física, mental, su propia corporeidad como persona mujer, de lo que va construyendo con sus manos y con su mente. Su obra participa íntegramente de sus más profundas e inconfesables sensaciones de placer, de dolor, de vida y de muerte. Su propia geografía física y la íntima geografía de su subconsciente, salpicada de inconexos y sorprendentes fragmentos oníricos -visionarios unas veces, otros precursores de significativos acontecimientos relacionados con su propia singladura vital- constituyen en sí mismas el epicentro de un paisaje mental que por un lado se nos descubre muy remoto y ancestral, y al mismo tiempo se nos manifiesta, inquietantemente presente y cercano. Es en este paisaje donde habitan desgarradas presencias y donde las formas emergen con arraigo desde las profundidades de la tierra, donde la materia se nutre de viento árido y de sol, donde el polvo del desierto entierra y desentierra poderosos tallos con espinas… paisaje real e imaginario, el paisaje de los vivos y de sus sombras, el de los espíritus y el de las almas vigilantes de la noche. En definitiva, el paisaje y la morada a la que acuden, indefectiblemente, todos los presagios, los silencios y las fuerzas que fluyen en continuo y oculto movimiento.
Su obra participa de ese peculiar ejercicio o metafísica de la búsqueda y del encuentro del sentido, de la unidad máxima de sentido, de percepción y de manifestación visual. De esta manera lo visible y lo oculto aparecen en un mismo plano, el conocimiento racional y la sabiduría de la plena intuición se dan la mano en un mismo terreno o ámbito de expresión artística y se fusionan en un mismo azar del descubrimiento, la artista mujer con la fuerza interior de los sueños y de la magia de los indicios pánicos. Finalmente, ese todo acaba formando parte de cada precisa composición y de cada construcción física, objetual, material y conceptual con que se revela y se despliega, consecuentemente, el conjunto de toda su obra.
El universo conceptual y plástico de la artista -en su propio desdoblamiento como hechicera- se nos aparece habitado de inquietantes imágenes aliadas a la experiencia personal del sufrimiento, del dolor físico y de la muerte; y a la vez, estas imágenes, que nos perturban, son capaces de transportarnos a espacios mentales y lugares imposibles, en los que afloran extravagantes y sorprendentes sensaciones que nos retrotraen a la casi irreconocible experiencia del “nosotros mismos”, experiencia en si misma más primaria, más atávica y unitaria, y al mismo tiempo más universal.

Susana concibe el quehacer artístico como un proceso total en el que se integran: por un lado, su experiencia íntima, el conocimiento de uno mismo y el conocimiento de lo real; por otro lado, el propio aprendizaje de la expresión plástica, de la tradición cultural y de las técnicas de construcción objetual, ya sean la pintura, el dibujo o el grabado, así como la cerámica, la escultura o incluso y porque no, la confección. La mirada atenta e indagadora de la artista aspira a penetrar todas las realidades con las que le ha tocado vivir, su aprehensión de realidad es en sí misma un trabajo artístico que se concreta en el conocimiento y uso de los elementos de los que está hecha cada realidad: elementos orgánicos como las semillas, el esparto, la palma, la zarza espino, el hueso, la piedra, los tejidos naturales, etc. La artista fusiona su obra con la experiencia de lo sagrado a través de la aprehensión de narraciones míticas, de rituales iniciáticos, de supersticiones o de revelaciones intuitivas más vinculadas a la sabiduría de la hechicera o a la magia ancestral de la sacerdotisa.
La artista combina, en la realización de sus obras, materiales orgánicos e inorgánicos: la cerámico, el plástico, el fieltro, las cortezas vegetales, las semillas, las máscaras cosidas con chile, los tejidos naturales… y de este modo construye la materia prima y la materia poética con la que la artista “maga” va tejiendo su sugestivo e intranquilizador universo de formas objetuales, de formas que evocan mundos paralelos y desconocidos, de imágenes que nos transportan a los paisajes simbólicos de los sueños, a las melancolías y a los abismos de la ensoñación, y que nos devuelven a lugares inhóspitos, a sorprendentes no lugares, a ingrávidos espacios laberínticos donde no funcionan ni la razón, ni la palabra, ni la identidad y donde ni siquiera el cuerpo es depositario de sentido. Susana entiende y vive la experiencia del arte como vehículo de introspección, de conocimiento y de aprehensión de nuevas realidades existentes y superpuestas en una misma realidad espaciotemporal, y es así como va ejerciendo su función creativa. La creatividad como impulso totalizador de experiencia y de discurso. De ahí algunas de sus fascinantes indagaciones y simbiosis iconológicas entre las narraciones míticas aztecas y las propias de nuestra tradición clásica occidental que ésta ha ido elaborando y que podemos contemplar en esta nueva exposición, como por ejemplo los tentáculos espinosos convertidos en los cabellos-serpientes de Medusa. Paradójicamente su identificación con el mito clásico de Medusa y Perseo aparecerá como una casualidad y con posterioridad a ciertas experiencias límite de la artista, que a punto estuvo de serle desmembrada su propia cabeza, y así este tipo de vivencias reales le conducirán a las diferentes reelaboraciones doblemente significativas y que con su obra será capaz de producir en su encuentro con el mito azteca de la Diosa de la luna, Coyolxauhqui, a quien su hermano el Dios del sol y de la guerra Huitzilopochtli corta la cabeza. De este modo se vuelven a fundir la experiencia sensible de la artista con las narraciones mitológicas aprehendidas, la occidental de Medusa y la azteca de Coyolxauhqui.
El dolor, la soledad, el abandono, la muerte, junto a la necesidad de redimir la culpa se unen en el misterio del sentido, en el imperio de las fuerzas que desatan la tensión entre el eros y el tánatos, y de este modo el simulacro de identidades aparece, así, transgredido por la experiencia transpersonal de la artista, y reflejada en algunas multiplicidades con que reformula las narraciones de los mitos y de sus formas, los objetos. En la significación del poder y de la violencia, nuevamente, el antirey muerto deriva en una metáfora grotesca de sí mismo y del espíritu anti-madre tierra de todos los elementos asociados a la violencia y la crueldad del poder presente o pretérito.
Josep Lluís Peris
Crítico y curador.

IV
En su trabajo, sin lugar a dudas, lo primero es la imagen misma de la feminidad: la aparición misma de Susana. La inocente manifestación de su belleza. Toda su primera obra está marcada por esta atención explícita a la sensibilidad femenina.
Si por una parte su trabajo escultórico comienza a integrar una iconografía inequívocamente femenina (camisones, medias, corsés, etc.), por otra aparece sobre ella un elemento punzante, violento o agresivo (espinas o petardos) que produce una contradicción simbólica e incluso matérica entre ambos elementos: lo suave y delicado frente a lo agudo y cortante, lo tierno y atractivo frente a lo agresivo defensivo, lo femenino frente a lo masculino. Además, hay en la obra de Susana Guerrero una doble tradición que afecta decisivamente a la configuración de su poética. Por un lado, se debe mencionar la tradición surrealista del objeto. Tradición que por cierto tiene en México su segunda patria. El carácter onírico de su obra, o al menos de las manifestaciones y revelaciones que le llevan a continuar su trabajo, tiene una apariencia tanto de interpretación de los sueños como de manifestación del inconsciente. Y, aunque no sea el automatismo psíquico su principio conductor, sí que se rige su trabajo por un procedimiento típicamente surrealista.
Dentro de esta tradición hay que mencionar una segunda tradición femenina, e incluso feminista, a la que la obra de Susana Guerrero se remite y con la que gustosa y deliberadamente se vincula. Artistas como Meret Oppenheim, Frida Kahlo o Louise Bourgeois, que pertenecen a esta tradición surrealista, e incluso algunas otras artistas españolas, como Maribel Doménech, Elena del Rivero, Marina Núñez o Ana Soler, manifiestan con ella curiosas y sorprendentes coincidencias, tanto en sus procedimientos como en sus inquietudes.
Esta feminidad explícita de su mirada entra en contradicción sin embargo con la propia manifestación conflictiva de la sexualidad y ello da lugar a la armadura, al casco y a la espada como estrategia de defensa: la virgen guerrera, la doncella armada. Esta sexualidad agresiva y defensiva produjo sin embargo un extraño miedo a la castración, miedo que se manifestaba claramente en el grito “¡No me cortes la cabeza!” que daba título a su exposición de 2004, en la sala de exposiciones de la CAM de Elche y en la galería Charpa de Valencia, así como en la aparición recurrente en su trabajo de espadas cortadas, cabezas degolladas, cuerpos desmembrados y diablitos decapitados.

Es el temor sin duda de la virgen guerrera que se enfrenta a su destino, la trasgresión de la doncella de Orleáns, cortándose el pelo, vistiéndose de hombre y portando la armadura, lo que la lleva a la hoguera. Susana Guerrero repara en el destino terrible de algunas de estas heroínas y, frente a la tradición feminista, que se fija en particular en las heroínas castradoras, como la Judit que le corta la cabeza a Holofernes, pintada por Artemisa Gentileschi, ella se fija más bien en aquellas que pierden la cabeza.
Perder la cabeza es sinónimo de locura o de enamoramiento, pero a ella le interesan sin embargo estrictamente las decapitadas. Es curioso que los mitos que más le atraigan al respecto, uno procedente de la tradición helena y el otro de la tradición azteca, no se refieran específicamente a vírgenes, doncellas o mujeres castas, sino más bien a monstruos. Uno es la Medusa, decapitada por Perseo, a la que la artista dedica en su trabajo un buen número de piezas, casco, collarín, coraza y armadura, para protegerla, y el otro es el de la diosa azteca Coyolxauhqui, decapitada y desmembrada por su hermano Huitzilopochtli, a la que Susana Guerrero consagra varias piezas en esta exposición. Al igual que la Ishtar de los asirios, la Astarté de los fenicios o la Artemisa de los efesios, la Coyolxauhqui azteca es una diosa guerrera asociada al culto lunar. Su imagen, decapitada y desmembrada, hallada en el centro del D. F. en unas perforaciones de la compañía eléctrica en el año 1978, se expone en el Museo del Templo Mayor en un impresionante tondo de tres metros y medio de diámetro, de donde toma Susana Guerrero su iconografía.
La artista sin embargo insiste en el sentido positivo que tiene esa acción –la de cortarse la cabeza– como medio de recuperar fuerzas. Sin duda resulta un medio extraño y patológico, ajeno a toda racionalidad y a toda sensatez, pues no parece que cortarse la propia cabeza sea un modo de adquirir más fuerza, sino más bien de todo lo contrario. Pero es que aquí nos encontramos fuera del territorio de la racionalidad misma, en el ámbito de lo onírico, de lo mágico, de lo chamanístico e incluso de lo religioso. De aquí el carácter mistérico con el que se presentan estas obras y estas advocaciones, y de aquí también su carácter esotérico.
Miguel Cereceda
Crítico de arte, curador y profesor titular de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Autónoma de Madrid.

V
El discurso plástico y la práctica artística que desarrolla Susana Guerrero son sintomáticos de un tiempo carente de asideros espirituales. El suyo es un planteamiento creativo que bucea en mitos, tradiciones, leyendas, supersticiones, sueños, rituales y creencias que salvaguardan esas conexiones con lo trascendental y lo intangible que siempre han poblado nuestra imaginación y nuestros relatos. Sumergirse en su obra supone adentrarse en un universo habitado por seres míticos, relatos heroicos, ritos ancestrales, leyendas populares y pensamiento mágico.
Los ejercicios de síntesis, hibridación y mestizaje –tanto de temas como de técnicas y materiales– que activa Susana Guerrero, son fruto de la experiencia acumulada en sus estancias en países tan significativos culturalmente como Grecia o México. En sus propias palabras: «Grecia me abrió los ojos al mundo de la mitología y México me pateó y revolcó en él». La génesis de los procesos creativos que utiliza para rescatar relatos antiguos y reconstruirlos se remonta a sus viajes por la geografía griega y las lecturas en voz alta con sus compañeros, con los que compartía su manera íntima y poética de escuchar las voces del pasado. Uno de esos viajes la llevó al mágico y telúrico templo de Apolo en Delfos, aquel que albergaba el ónfalos, la piedra que señalaba el centro del mundo, y donde la pitonisa transmitía el oráculo. En otro sentido, México supuso una vivencia descarnada de las tradiciones y creencias, de la energía visible e invisible que atraviesa las cosas.
Consciente de todo ello, el anhelo que guía a la artista es crear objetos cargados de energía que doten a sus propietarios de poder, fuerza y coraje. En sus propias palabras: «hacer tuyo el poder a través de la fe». Pero su posicionamiento como artista no tiene un interés balsámico; más bien pretende ahondar en la carne, la incomodidad, el dolor, la herida, para, desde ahí, ofrecer remedio y aliento. Para ello, lleva a cabo una ritualización de lo cotidiano y de lo doméstico. Como si visibilizando ese poder que traspasa las cosas, nos facilitara las herramientas para tomar conciencia de la capacidad que tenemos de aliviarnos de todo aquello que nos perturba. Como actos de reparación y objetos de poder y protección, sus obras aspiran al fortalecimiento físico, anímico y espiritual, a vencer el miedo a nuestra inevitable fragilidad.

Susana rescata el legado de las narraciones antiguas y nos lo entrega transformado, pero con toda su carga metafórica y poética. En este sentido, construye un puente entre las creencias ancestrales y un presente desprovisto de esa capacidad de comprender la carga sagrada y espiritual que en periodos primitivos llegó a tener la existencia; de alguna forma desvela esos lazos rotos con la naturaleza y las creencias.
Uno de los pilares sobre los que se sustenta la urdimbre creativa de Susana Guerrero es la mitología. Una aproximación al sentido y significado de este cuerpo de conocimientos nos ayudará a comprender el valor esencial de sus piezas. Para Susana Guerrero los mitos no son algo del pasado, nos rodean, están presentes en la vestimenta ritualizada de un juez, en las liturgias religiosas, en la clásica historia del héroe que recogen tantas películas, en un funeral de estado o en un ritual cotidiano. En palabras de Joseph Campbell: «las reliquias de esas «viejas historias» adornan las paredes de nuestro sistema interior de creencias, como restos de antiguos utensilios en un yacimiento arqueológico». Otro de los temas que interesa a la artista es la mitología comparada. Comprobar que relatos inventados en sociedades muy distintas tienen grandes similitudes, nos lleva a pensar en esa necesidad primordial de dar respuestas a nuestros miedos y deseos más profundos. «Pueden cambiar los escenarios, los modos de expresión, los actores, pero la corriente subterránea que nutre nuestra condición humana permanece inalterable a través de los siglos». Creadores como Susana Guerrero desafían la hegemonía de lo racional, combinando el realismo con lo inexplicable y la razón cotidiana con la lógica mítica y mágica que subyace en nuestro inconsciente. Quizá es por ello que sus obras parecen atravesadas por un aura sagrada.
Susana ha encontrado una forma de canalizar la fascinación que siente por los relatos míticos, y lo hace proponiéndonos una resignificación de mitos procedentes de geografías diversas.
Remedios Navarro Mondéjar
Historiadora del arte, técnica del Museo de la Universidad de Alicante.

Susana Guerrero
Susana Guerrero es Doctora en Bellas Artes y profesora en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández. Actualmente está representada por la 532 Galería Thomas Jaeckel de Nueva York. Ha obtenido becas de arte en Grecia, México, Alemania e Italia. Ha realizado numerosas exposiciones en galerías y museos de ámbito nacional e internacional, entre las que destacan: 532 Thomas Jaeckel Gallery, Nueva York, Estados Unidos; Museo de Antioquia, Medellín, Colombia; Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, La Habana, Cuba; Museo Arte Moderno Santo Domingo, República Dominicana; Museo de Arte Contemporáneo de Guatemala; Centro Cultural España, Miami; Instituto Cervantes Tánger, Marruecos; Haus der Kunst y Kunstlerhaus, Múnich, Alemania; Galería Charpa, Valencia y Galería Deposito 14, Madrid, España; Galería Punto y Línea, Oaxaca, México; Galería Casa del Lago, México D.F; Instituto México en España, Madrid; Kazni Nowej, Cracovia, Polonia; IVAM, Valencia y MACUF, A Coruña, España; Villa Serena, Bolonia y Galería Planetario, Trieste, Italia; Museo Ciudad Juárez, México; Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, Centro Botín y Museo de Arte Contemporáneo de Alicante, España; Galería Universidad de Manzanillo, México; Calcografía Nacional, Madrid; Universidad Nacional Autónoma de México; Centro Internacional de India, Nueva Delhi, India. Sus obras se encuentran en colecciones públicas y privadas nacionales e internacionales. Más información en su web: susanaguerrero.com o en su Instagram.