El arte tiene la capacidad única de despertar emociones. Puede evocar recuerdos, avivar sueños o revivir sensaciones olvidadas. Puede también invitar a la reflexión, a la empatía, y nos regala momentos de calma y espacios personales de intimidad.
En “Cadros que nunca pintei”, Héctor Francesch nos transporta a un lugar del que, desde el primer instante, no queremos marcharnos. La exposición, que se despide el próximo 25 de enero en la Sede Afundación A Coruña, nos adentra en un entorno íntimo y bello directamente conectado con el alma del artista. En palabras de la comisaria Matilde Rodríguez, “el arte soñado y los propios anhelos creativos del pintor son las premisas de partida”.
El lenguaje pictórico de Francesch es único y personal, inspirado en el cómic, el arte urbano y la cultura popular heredada del contexto en el que creció el artista coruñés y del que se alimenta desde sus comienzos. Sus piezas son abstractas, con colores vibrantes y líneas definidas, concebidas ahora en un juego compositivo con el que busca la mayor expresividad simplificando al máximo los elementos. Cada pieza refleja su exploración continua y su deseo inagotable de innovar: “el motor de cualquier artista es no repetirse, buscar siempre algo nuevo”, afirma Francesch.
La exposición es un viaje a través de los símbolos, lugares y personajes que habitan en la imaginación del artista. Cada obra parece susurrarnos una historia de un mundo amable en el que los objetos cobran vida y transmiten emociones. Algunos de ellos se independizan del lienzo, apareciendo en nuevos soportes inesperados, como cerámicas y metales, o en lo que el autor define técnicamente como “pintoesculturas”. La sombra generada por la cuidada iluminación de la sala se convierte en el complemento definitivo de estos personajes, que parecen volar sobre los muros o erigirse estoicamente sobre las plataformas.
El título, “Cadros que nunca pintei” no habla solo de lo que está presente y visible, sino que habla también del futuro, de las siguientes obras que están por venir y que se encuentran todavía en la cabeza del artista. Nos transmite la emoción por imaginar, por materializar una idea, por pintar ese próximo cuadro. El título nos habla de ese deseo imparable de crear.
De alguna manera, ese anhelo se refiere también a nosotros, al espectador. Nos invita a ir más allá de aquello que podemos ver con nuestros ojos, a poner el foco en la esencia de la vida y recuperar la sonrisa para ver el mundo desde una posición más empática y esperanzada. Contemplar estas pinturas es encontrar ese optimismo que se ha vuelto tan necesario en el convulso mundo en el que vivimos.
Francesch pinta con honestidad. No busca impresionar, sino ofrecer una experiencia sincera y disfrutable, fruto de una etapa del artista en la que se nota que disfruta porque su obra nos lo transmite. Tanto es así que la exposición no termina al salir de sus salas, sino que las sensaciones y pensamientos que despierta permanecen, abriéndonos a una nueva forma de ver y compartir el mundo.
El 25 de enero será el cierre de esta exposición, por lo que todavía es posible vivirla en primera persona. Merece la pena perderse en el mundo que Héctor Francesch ha construido para nosotros.